Centro León
Exposiciones temporales

La construcción de una mirada

Especialmente pensada para integrar el trabajo de colaboración entre la Pinacoteca y el Centro  León,  la muestra La Construcción de una Mirada –Fotografía brasileña en el acervo de la Pinacoteca del Estado de São Paulo (A Construção de um Olhar – Fotografia Brasileira no Acervo da Pinacoteca do Estado de São Paulo) recoge una importante selección  de la colección fotográfica del museo, con imágenes producidas entre las décadas de 1950 y 2012. En esta  muestra se podrá observar algunos momentos decisivos en el proceso de creación de 26 artistas aquí reunidos. Sus experiencias, su modo de mirar las transformaciones ocurridas en varios aspectos de la vida cotidiana en Brasil en las últimas seis décadas. Se trata de una minuciosa selección donde el espectador podrá percibir la simbología y representación y el significado de cada una de estas imágenes –sea desde el punto de vista individual (la mirada del fotógrafo frente a un instante preciso), sea en los diálogos establecidos en las series que aquí se encuentran (la continuidad de este instante preciso en el desarrollo de una acción). De cierto modo, todas estas imágenes son testimonios de la actualidad. Son testimonios de la historia y la memoria de un país donde al mismo tiempo podremos asombrarnos de la injusticia social o de lo inmenso y frágil de los seres; de lo vulnerable al encarar la violencia y, en la esquina siguiente percibir el afecto de un pueblo que podrá sonreír, sangrar, mojarse y seguir adelante.

La primera serie de fotografías que fue incorporada a la colección del museo tiene por autor al fotógrafo Cristiano Mascaro. Fue realizada en 1976, con la intención de aproximar el museo a la región donde está localizado, es decir, los sectores Luz y Bom Retiro. Mascaro es un especialista en ciudades. Conoce São Paulo profundamente y la diseca en un autorretrato. De fines de los setenta a fines de los ochenta, la incorporación de fotografías en la colección del museo se dio de forma aún tímida, y solo fue alcanzando un flujo continuo a partir de 1999, cuando en su programación las exposiciones fotográficas fueron definitivamente incorporadas a los espacios del edificio, inaugurado para abrigar originalmente el Liceo de Artes y Oficios y que en 1906 pasó a ser parte de  la Pinacoteca [el primer museo de artes plásticas de la capital paulista]. Hoy, unas 700 imágenes integran su colección a raíz de una investigación minuciosa sobre la fotografía en el país. Este proceso hizo surgir un conjunto de imágenes con características impares en museos de Brasil, ya que su gran mayoría fue producida para ser exhibida en sus dependencias –o por fotógrafos que allí hicieron sus primeras exposiciones individuales, o por lecturas de las obras de fotógrafos ya establecidos y consagrados y  en muestras colectivas pensadas para discutir la propia formación de la colección.

La exposición La Construcción de una Mirada presenta, por tanto, una parte significativa de este proceso. En él, podremos entender nombres fundamentales para la comprensión y el entendimiento de la fotografía en Brasil. Todos  ellos con un papel importante cuestiones vinculadas al arte y religiosidad, sea en las escenas urbanas donde podremos notar los efectos del mundo contemporáneo en nuestro cuerpo, en nuestra gestualidad, en nuestro patrimonio material e inmaterial, en nuestra forma de mirar en medio de la multitud solo en ciudades adormecidas. Fotógrafos frente a su propia identidad, como Carlos Moreira, caminante solitario que lleva unas cinco décadas dedicándose a fotografiar São Paulo casi a diario en una obra que se vincula  con el trabajo de Cristiano Mascaro, y más adelante con la noche impregnada de susto y sombras granuladas vista por Eduardo Muylaert. Gran espacio físico, sicológico, lúdico, dulce como la angustia y al mismo tiempo carente, la ciudad, São Paulo, posee un alma. Es un gran útero para miradas disponibles, como es la de  German Lorca, en las imágenes realizadas durante la década del 1950, con la poética de un tiempo no fragmentado en que cada transeúnte podría caminar tranquilamente a altas horas de la madrugada por las calles de la ciudad. Algunas de estas escenas, documentadas por el artista, resultaron imágenes cuyo punto de fuga carece de miedo.

Pero La Construcción de una Mirada es también una exposición donde podremos observar cómo la mirada de cada fotógrafo se reinventa en ciudades más remotas de la inmensa dimesión geográfica brasileña, nacional, fuera de un eje, digamos, marcadamente central (lo que no quiere decir nada) formado por las ciudades São Paulo y Río de Janeiro. Este es el caso, por ejemplo, de nombres como Luiz Braga, Tiago Santana y Adenor Gondim que viven, y trabajan respectivamente en Belém, Fortaleza y Salvador, capitales de los estados de Pará, Ceará y Bahía. Braga domina la luz y el tiempo “imaginario” de la región amazónica con una seguridad que solo la permanencia de un individuo en su universo cotidiano –que sueña y sufre– podrá percibir tan profundamente. Él encara al hombre amazónico, esa materia de cuerpo y alma sin la cual la visibilidad brasileña marchitaría, sería opaca,como nos describe el escritor João de Jesus Paes Loureiro.

«Son marcas de paisaje de un pueblo que mira. Revelan la insurrección contra la regularidad aparente del verde y del embarrado. La escritura del hombre sobre el universo, en una visibilidad lírica, porque establece un acuerdo del hombre de la región con el mundo y del mundo consigo mismo. Formula el pacto elemental entre la esencia y la apariencia. Es una visibilidad que revela la ocupación de la soledad, el horror al vacío. Los colores se apoderan de todas las superficies disponibles para el hombre. Y él juega con los colores creando su humilde, pero estridente naturaleza, marcada por tonalidades fuertes y agresivos contrastes. Como la epidermis exterior de un deseo de retirar todo de la uniformidad. Un ansia de diferencia. Un gusto particular en una región de universalidad.»          

El fotógrafo toma posesión con el color. Pero no insiste: permanece. No fotografía todo lo que está ante sus ojos. La presencia de las imágenes de Braga en la colección del museo retoma ese mismo mundo amazónico que también fue visto por Thomaz Farkas, húngaro naturalizado brasileño, hombre de vida y obra inconfundibles en nuestra fotografía moderna (y mucho más allá de ella). Farkas realizó un viaje en barco por el Río Negro, a principios de los años setenta. La aventura duró cerca de 40 días. La intención era filmar y fotografiar para lo que sería un nuevo documental del fotógrafo, que en aquella época también era productor y director. Con el material captado, sucedió lo inesperado: el hielo de la caja donde estaban los rollos con las películas se derritió y arruinó los negativos. Restaron las fotografías , en Kodacrome. En ellas, la vida, los días, las noches, la lluvia, el sol, la mirada, los gestos, las generaciones, los ruidos y el silencio de la población de los pueblos de las aguas y las pequeñas ciudades del Norte del país puntuaban aquel guion, pasando como el mismo flujo del río. Sea en la arquitectura de sus moradas casi como nichos sagrados; sea en el recorrido de los puertos donde hay despedidas y encuentros; sea en los retratos donde el hombre brasileño cuenta su historia en la dureza de su faena, al lado de la mujer, los hijos, los amigos. Estos aspectos resumen el pensamiento de Farkas uando él dice que “la cosa más importante en Brasil no es el dinero, sino la amistad”, o sea, “la ocupación dela soledad, el horror al vacío”.

Estos son encuentros establecidos en la colección del museo. En ellos podremos identificar claramente el curso del trabajo de artistas verdaderos, distante de la imagen “turísticamente exótica” de país “del fútbol y del carnaval” hacia la cual va todo mi desprecio. Adenor Gondim y Tiago Santana insertos en el mismo contexto: la búsqueda y el conflicto aún no definitivamente esclarecido por respeto a nuestra posición frente a lo que llamamos “ancestralidad”. Gondim fotografía el encuentro de nuestras razas y su creencia en las celebraciones públicas y privadas. Su fotografía, muchas veces realizada en escenarios con fuerte  apego al recurso a la belleza natural, podría pasar inadvertida, porque el sol, el mar y el cielo de un azul interminable serían un camino para llevarnos a un resultado cercano al que llamamos
«fotografía de paisaje». Pero él hace lo contrario. Localiza la presencia humana en el centro de ese torpor, en pequeños y simbólicos detalles donde los colores y el hombre pueden unirse para traducir los anhelos de nuestra verdadera memoria, dolor y placer, uno al lado del otro. El mismo aspecto simbólico y real que encontramos en las imágenes de Tiago Santana, donde el sol arde y el sudor gotea también frente a la fe que muchas veces no sabemos de dónde viene. O lo sabemos, pero no está muy claro. Sus personajes ruegan por un milagro: un soplo de vida, los ojos que quieren ver, los pies que necesitan caminar, las palabras que desean ser escuchadas. Es un canto a Brasil, allá en Juazeiro do Norte, en el estado de Ceará, donde el “paisaje humano” ejercita su creencia y sus días, en las escaleras, entre las piedras, en los centros espirituales donde un santo puede convertirse en un orishá y su hijo, y desp ués del trance, volver y ser sí mismo.

En el sur de nuestra geografía, pero bajo el mismo sol, Pablo di Giulio utilizó un recurso peligroso –el contra luz– para realizar una serie en el Arpoador, en Río de Janeiro, ciudad codiciada por sus “bellezas naturales”, pero, sobre todo, por la belleza de la carne bíblicamente débil. Una relación burramente turística para aquellos que aquí llegan, miran, permanecen ciegos y se van. Para nosotros la realidad es otra, cruda, poco hecha. Cada uno de estos personajes baja del morro (actualmente llamado Comunidade) para, en su día, entre balas de revólver y besos de las telenovelas, romper la realidad y poder disfrutar gratuitamente de lo que el mar podrá ofrecerle. Sol, sal, iodo, lujo, miseria, drogas, deseo. Di Giulio “solo” fotografió. Dejó el resultado de cada una de sus imágenes para el espectador: ¿ver o cegarse? Casi tres décadas antes, en una playa cercana, Copacabana, Alair Gomes produjo una serie rara no solo para los padrones de su época, sino, sobre todo, para que podamos entender mejor cuánto nuestro cuerpo podría (¿podrá?) ser verdaderamente sensual en la fotografía y hasta qué punto nos modificamos, hoy, entre fenómeno de moda y vulgaridad. Hombres al sol. Cerebros al sol. Ojos al sol. De la ventana de su apartamento el fotógrafo trazó la escritura según su deseo. Los años 1970 fueron fundamentales no solo para la fotografía brasileña –en aquellos tiempos sombríos de macabra dictadura– sino principalmente para nuestras vidas cuando, al unísono, luchábamos por la libertad entre desapariciones, fraudes, emboscadas y asesinatos. Las fotografías de Gomes son libertadoras, para el pasado y el futuro. Tal vez el propio fotógrafo se haya arriesgado a su propio deseo. Como Genet, como Rimbaud, como Bukowski. Fue uno de aquellos cuerpos perfectos que le quitó la vida. Por eso, mucho más allá de la muerte, sus fotografías no tienen fin y son intangibles en su expresión personal: libertan y duelen al mismo tiempo.

La Construcción de una Mirada se puede entender como un flujo en movimiento dentro de la constante producción “imaginaria” en Brasil. La colección de fotografía de la Pinacoteca con casi 700 imágenes, pudiera todavía merecer futuras adquisiciones, interpretaciones y lecturas. Una colección también caracterizada por series definitivas por la forma en que fueron pensadas y realizadas, por la disponibilidad y el coraje de cada fotógrafo por  enfrentar a menudo lo que conocemos o desconocemos con la intención de seguir adelante. La fotografía es y seguirá siendo  una fuente de investigación, de aproximaciones, de conflictos, de lecturas coherentes y otras forzadas por parte de quienes las ven, de ideas que aciertan y otras no, de series que atravesarán la línea del tiempo como, Viaje a lo Fantástico de Boris Kossoy o Vulnerabilidad del Ser de Claudia Andujar. También podrá ser un constante ejercicio entre poesía y documento, como con los travestis vistos por Lucia Gaunaes en el carnaval de Salvador, en Bahía; frente a ellos estamos frente a nosotros mismos para entender que ni Freud, ni Platón, ni Shakespeare, ni Balzac, ni Goethe, ni Dios, ni ellos, ni nadie pensó ni piensa lograr vencer el mito de la androginia y sus semejantes sobre la faz de la tierra. Pero en este caso, son imágenes que recogen la visibilidad de un país en una colección que “revela la ocupación de la soledad, el horror al vacío”.

INFORMACIÓN ADICIONAL

  • Lugar: Sala de Exposiciones Temporales María Asensio de León
  • Desde: Del 25 de abril al 14 de julio de 2013

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