La cantante caboverdiana prefiere seguir cantándole a la “saudade”, esa palabra que inventaron los portugueses para no tener que decir “nostalgia”.

Cesaria Evora iba todas las tardes a la orilla del mar, en el puerto de Mindelo. Vieja, pobre y borracha, Cize (que así es como le llaman en su pueblo) se creía vencida, sus canciones no eran oídas fuera de los bares o de los café donde apenas le pagaban lo suficiente para aguardiente de grog y cigarrillos. Lenta como una barcaza, Cesaria caminaba con los pies desnudos por los arrecifes, tatareando las mismas trsitezas de siempre, convencida de que en los bordes de su árida isla se acababa el mundo. “Cuando yo era niña, cuando crecí, en Cabo Verde había mucha lluvia” se repetía entre morna y morna, “pero ahora la tierra está seca. Nosotros respetamos la naturaleza, no sé por qué ahora no llueve, Dios es quien lo sabe, yo no puedo hablar de esas cosas. El hombre no es dueño de su destino, el Apocalipsis está escrito y con certeza llegará pronto”.

Salvo un breve viaje que hizo a Lisboa en el año 1985, para grabar un disco que no tuvo demasiado éxito, Cesaria decidió permanecer en Cabo Verde aun en los peores momentos. Después de la independencia, la emigración de caboverdianos fue cada vez mayor: “Los niños saben que sus padres tiene que marcharse y que deben esperarlos en la soledad de sus casas vacías, luego marcharán sus hermanos y al final ellos mismos, Cabo Verde parece estar condenada a vernos partir a todos”, dice Cesaria, antes de contar cómo la hora del éxodo la sorprendió a ella con los pies adoloridos, llevaba más de veinte años cantando de pie y ya no tenía fuerzas. Por eso se deshizo de la única maleta que tenía y se negó a sí misma la posibilidad del viaje. Ahora recuerda aquellos clautrofóbicos tiempos con una frase sencilla, demasiado honesta: “Pasé diez años reposando, tenía la cabeza llena de aguardiente y no quería que se me vaciara”.

A principios de la década del noventa, un guardafrenos de los ferrocarriles franceses la encontró cantando en la barra de un bar, el individuo le pagó un trago y le preguntó si conocía París. “Dije que sí, que quería ir a Francia, y allí me acogieron muy bien, primero los inmigrantes y después de ‘Miss perfumado’, con las cosas que empezaron a salir en los periódicos de mí, empecé a tener mucho público francés y belga y alemán y de países que yo no sabía que existían”. Lusáfrica/BMG Classics acaba de presentar “Best of Cesaria Evora”, una recopilación de todos los discos que la Diva de los Pies Descalzos ha grabado desde entonces.

Ahora Cesaria ha vuelto a Cabo Verde, hizo el viaje en barco para llevar con ella un ford azul y a su conductor. Le cuesta mucho trabajo caminar, sus pies le siguen doliendo y ya es demasiado tarde para ponerse zapatos. En el ford azul, Cesaria recorre todos los pueblos donde viven sus familiares y amigos, a quienes les ofrece largos paseos, sobre todo, para que vean cuán frío es el aire que viene del mar cuando uno baja los vidrios y se asoma. Ahora en cabo Verde le llaman la Vieja Grog, porque siempre ayuda a los que van a su casa desesperados, les da ropas, comida o lo que pidan.

“Café Atlántico”, el disco que grabó Cesaria en 1999, es el séptimo después de que fuera descubierta por el ferroviario, en él, la cantante insistió en la saudade: “Yo no sé cómo se dice en otros idiomas, para mí la saudade es el nudo que se me hace en la garganta cuando estoy lejos de Cabo Verde” confiesa y se bebe otro trago de aguardiente; “siempre me ha asombrado como la gente se identifica con esas canciones, antes yo creía que ese dolor era sólo mío, no sabía que en otras partes del mundo a la gente también se les hacen nudos en la garganta cuando se sienten lejos”. Cesaria Evora, Cizé o la Vieja Grog ya no quiere seguir cantando, se queja de los viajes y sólo desea volver a su isla para siempre: “Con la vejez, ni los hombres, ni el alcohol te entienden, ya yo sólo hablo con el mar y quiero que él me devuelva a mi tierra para morir en silencio, recordando tantas canciones lindas que hay por ahí”.

CV