En su reciente viaje a Santo Domingo, para participar en la puesta en circulación de su último libro: Reseña histórica del folklore dominicano, publicado por la Dirección Nacional de Folklore que dirige la periodista Xiomara Pérez, bajo los auspicios de la Secretaría de Estado de Cultura, la Señora Edna Garrido de Boggs nos acompañó a la ciudad de Santiago de los Caballeros en una visita al Centro León donde fuimos recibidos por su Director General el doctor Rafael Emilio Yunen.

En dicho viaje conversamos distintos tópicos con Doña Edna incluyendo aspectos de su vida personal, del pasado familiar y de la sociedad en que le tocó vivir. Fue un baño de historia, recuerdos, relatos, estampas y referencias de esa sociedad cerrada, pueblerina aún y poco dada al estudio de sus signos identitarios populares y fundamentales en la definición de la nación.
Nacida en Azua en 1913, de donde se traslada luego de unos años -1923- a San Juan de la Maguana (tierra materna), se radica en sus años mozos en la pequeña ciudad de Santo Domingo, que en sus referentes urbanos, San Miguel, San Carlos y Villa Francisca, eran barrios de la capital cuyos linderos era la llamada muralla colonial; lo que estaba más allá era las afueras de la ciudad, por tanto su espacio social aunque limitado, no impidió el conjunto de actividades e iniciativas que le fueron familiares desde muy temprano como haberse graduado de Maestra Normal en 1934, ejerciendo el magisterio por más de 10 años en dos tandas, matutina y vespertina y de cuyas jornadas se trasladaba luego a jugar tenis con sus amigas, hasta leer intensamente en las noches y asistir con cierta frecuencia a los cines: Olimpia, Élite y Capitolio entre otros.
Según sus palabras, no pasó nunca unas vacaciones en la capital, aprovechando sus lazos familiares para trasladarse o bien a Santiago, a San Juan de la Maguana o Constanza-Jarabacoa, pues más que el mar le gusta la montaña. En esos viajes entraba en contacto con las costumbres y tradiciones regionales y frecuentaba fiestas locales donde conocía otras amistades. A veces solía estar presente en fiestas organizadas en distintos pueblos, confirmando el placer que le producía el baile y los encuentros sociales.
Sin embargo, es por una amiga que se entera del curso de folklore a impartirse en el antiguo local de la Universidad de Santo Domingo en la vieja ciudad colonial y que por motivación de ésta decide participar, cambiándole completamente el rumbo a su vida, pues hasta ese momento el folklore como motivación particular no era de su interés.
Su fresca memoria a sus 93 años, nos trasladan a los momentos en que San Juan recibe el primer automóvil que tenía la función de uso público, la llegada de la electricidad al pueblo y los primeros bloques de hielo. En esos momentos de los años 20 del siglo pasado, San Juan era a penas una villa, común de la Provincia de Azua. Para esos tiempos, nos relata la biblioteca andante de Doña Edna y que por demás es excelente conversadora, que el traslado a Santo Domingo desde San Juan se hacía en los años de su niñez, en barco desde Azua, pues el llamado Número (complejo montañoso entre Baní y Azua) imposibilitaba todo contacto terrestre con el resto del sur.
Desde sus formas de diversión, las formas de galanteos de la época que no pasaba de una simple mirada en los lugares públicos o encuentros sociales de los novios o como ella prefirió definirlos: “enamorados”, lo estricto del control familiar de sus padres, el tiempo para el deporte y el ocio (formando el primer equipo de Volibol femenino del país junto a su hermana Cecilia), hasta llegar a su primera inclinación profesional, el Derecho, tal vez heredado de su padre quien fue un destacado abogado y literato, su juventud recorrió como ave migratoria cargada de esperanzas y tenacidad, todos esos momentos.
En esos tiempos de restricción social para la mujer, Doña Edna hizo apremios de rupturas con el esquema y logró muchas cosas a pesar de las limitaciones que la sociedad del momento imponía. Luego del curso de folklore que la convulsiona en su rutina y preferencias profesionales, otras cosas comienzan a ser parte de su vida entre ellas el contacto con la cultura popular.
Una beca obtenida para estudiar folklore en la Universidad de Carolina del Norte en los Estados Unidos en 1946, sellan la vocación a la que se le agrega la inusitada aparición del hombre que habría de marcarla para el resto de su vida y con quien casa en 1948: Ralph Boggs, folklorista norteamericano y quien fiera su profesor en ese curso fortuito de folklore en el año de 1944. Sus investigaciones en los años de 1947 y los que le siguieron hasta su viaje a los Estados Unidos de nuevo, hicieron posible, su importante obra Folklore infantil de Santo Domingo (1955) y Romances dominicanos, este último de gran demanda en esos momentos, comentado por ella como el gran Bet Sellers con cuyos fondos reunió US$2,000.00 para trasladarse a estudiar fuera del país. También de esa época son los ensayos reunidos en esta obra de reciente publicación: Reseña histórica del folklore dominicano y que incluye un CD con música de palos o atabales reunidos en la ocasión.
Este viaje a la ciudad de Santiago resultó poco para relatar toda la conversación que con ameno entusiasmo y deseo de contar, nos acompañó entre comentarios al margen, fe de errata, remembranzas, quejas, satisfacción de haber nacido en esa época y haber aprovechado sanamente el momento, risas y reconocimiento que hoy vivimos otra sociedad, otro momento.
Así mismo nos recordó que en su época cuando salió al encuentro de la cultura popular, las manifestaciones africanas eran poco visibles, las razones no se explicitaron, pero admitía esas ausencias dejando entrever que las frecuencias con que esas manifestaciones están presentes en la cotidianidad dominicana de hoy, puede ser el resultado de influencias externas, lo que trajo consigo algunas interpretaciones y comentarios encontrados pero igualmente enriquecedores en la plática fluida que sostuvimos en la ruta más culturalmente representativa de nuestra riqueza identitaria: Carretera Duarte de Santo Domingo a Santiago de los Caballeros, una tarde lluviosa, en familia, entre dos generaciones y con deseos de servir y encontrar senderos que nos conduzcan al único encuentro posible: la dominicanidad.-

Carlos Andújar