Si la esencia de la Navidad es compartir, el Centro León se ha encargado de promover esta premisa desde 2006, cuando lanzó por primera vez el programa Mi Barrio está en Navidad.

La iniciativa insiste en la tradición comunitaria de embellecer los entornos públicos: luces, adornos de colores, belenes y otros elementos que la creatividad y el ingenio popular hacen posible.

Porque la Navidad se vive de enero a diciembre. Apenas se desmonta la decoración luego del Día de Reyes, empiezan a bullir las ideas para finales  de año. Con cuidado, se conservan luces y otros materiales que puedan servir nuevamente, ya sea tal como están o con modificaciones. Hay, pues, un deseo permanente de vivir el espíritu navideño.

Y así se llega al otoño, cuando las fechas decembrinas se aproximan vertiginosamente. Entonces toca compartir las ilusiones, ideas y materiales que se utilizarán esta vez para que la calle, el peatón, la esquina o parque se llenen de luces, personajes, detalles y colores; que se recreen las tradiciones que nos hacen tan dominicanos y caribeños en esta época del año.

Hay una dinámica interesante que marca la diferencia entre comunidades que se interesan por primera vez y otras que son persistentes en la tradición, que la cultivan siempre. El novato esperará la convocatoria del Concurso Decora tu barrio, que suele ocurrir al final de octubre, mientras que el veterano empieza a decorar antes de que estas fechas se aclaren. E incluso, habrá comunidades que cada año hagan sus decoraciones sin pensar en el concurso, solo por la alegría de embellecer su sector.

Para la comunidad de arraigo y tradición, se trata de superar los logros del año anterior: que los personajes tengan mejor terminación, mejor distribución de todas las piezas, que las luces funcionen en todo el recorrido, mayor creatividad con los materiales reciclados, y un largo etcétera de oportunidades de mejora que solo la experiencia brinda.

En cambio, para el que se atreve por primera vez, es un descubrimiento de procesos, materiales que no funcionan como deberían, que cuatro semanas no son suficientes para todas las piezas planificadas, que si llueve algunos elementos se dañan, las luces que se apagan durante la visita del jurado del concurso, entre otros imprevistos propios del clima caribeño y las vicisitudes de la dominicanidad.

Pero ya sean comunidades veteranas o novatas, el enfoque es el mismo: se trabaja en colectivo, desde que culmina la jornada laboral hasta que la medianoche arriba. Se vive pendiente de la botella plástica que puede formar un reno, de la cuchara que sirve para crear pequeñas lámparas, de las fundas para las guirnaldas… Y aparece un vecino que dona un juego de luces, los niños que también se acercan para recortar o ir pasando las decoraciones que se van a colgar, el jengibre para resistir el fresquito de la temporada hasta las altas horas de la noche, el que sirve de compañía y vigilancia. Así se van sumando voces, manos, corazones, así se va compartiendo el hacer y quehacer.

Las expectativas del programa Mi Barrio está en Navidad  suben con los talleres de decoración con materiales reciclados, y luego se disparan al máximo con la visita del jurado del concurso. Ahí se despierta la efervescencia comunitaria mostrar los detalles de cómo cada uno en el sector hizo su aporte, como lograron armar el nacimiento, los trucos de Santa Claus, las lámparas curiosas, la integración.

Y con la integración comunitaria lograda, llega el día de entrega de los premios del concurso Decora tu barrio. Unos pocos se llevan los premios en metálico, pero todos logran la esencia primera de la navidad: compartir.

Ese compartir se extiende a más gente: el público que recorre cada año las rutas hacia los sectores ganadores. La ciudad de Santiago, que esos días de diciembre bulle con la gente, se llena de más alegría navideña cuando cada visitante aprecia las decoraciones, comparte con los residentes de la comunidad y vive ese verbo esencial de la navidad, que nunca se agota.

Daniela Cruz Gil
Encargada de Generación de Contenidos del Centro León