Palabras de Camilo Venegas, gerente de extensión y comunicaciones del Centro León, en la presentación del conversatorio Haití y República Dominicana: los medios de una relación compleja , organizado por el Centro León y la Alianza Francesa.

Un geógrafo, Onésime Reclus, fue el que ideó el término en 1880. Desde entonces, la palabra francofonía sirve para delimitar y describir a la comunidad lingüística y cultural que constituían Francia y sus colonias. Pero en la década del 60 del siglo pasado el término de Onésime perdió su connotación colonial para empezar a distinguir dos realidades muy distintas pero excesivamente complementarias. En su acepción más profunda, Francofonía ahora abarca el conjunto de las acciones que promueven la lengua francesa y los valores que esta transmite sin importar el país donde se lleva a cabo.

La lengua de Víctor Hugo y de Edith Piaf sigue ocupando un importante lugar en el mundo. El francés es, con el inglés, el único idioma que se habla en los cinco continentes y la lengua materna de cerca de 80 millones de habitantes, lo que la sitúa en la oncena posición entre las más de 2,000 lenguas contabilizadas en el planeta. Según estimados, más de 250 millones de personas son capaces de valerse del francés para comunicarse ocasionalmente. El número de alumnos que lo aprenden o lo estudian fuera de Francia asciende a 82,5 millones, lo que da empleo a más de 900,000 profesores.

El acta fundadora de la Francofonía como institución fue firmada el 20 de marzo de 1970 y es el fruto de la voluntad de las antiguas colonias, tras conseguir sus independencias, para gestar y sostener una comunidad lingüística y cultural que representara sus identidades. Pero el proyecto muy pronto rebasó las fronteras de lo que fue alguna vez el imperio francés. En menos de treinta años, el número de miembros de la Francofonía pasó de 22 a 56, agrupado a más de una cuarta parte de los Estados del mundo.

Con este conversatorio, el Centro León se anticipa por poco más de una semana a la celebración del Día Internacional de la Francofonía, que sucederá el venidero 20 de marzo. La Española, nuestro lugar en el mundo, es una isla bilingüe. Pero la línea que divide sus lenguas es casi imperceptible y demasiado vulnerable. Llegados a este punto, debo dar testimonio de un azar concurrente. Les advierto que la frase no es mía, siempre se la he debido a José Lezama Lima. El poeta la ideó para justificar ciertos misterios, casualidades sin explicación que nos suceden a menudo y que se acercan más al campo de la poesía que al de los enigmas.

Una vez que acordamos la fecha, la hora y el lugar de este conversatorio, nos faltaba un título. Propusimos de una manera rápida dos o tres, pero ninguno era lo suficientemente preciso. “Déme unos minutos para pensar –me pidió Jean Michel Caroit–. Lo llamo enseguida que lo tenga”. Cuando cerré el teléfono, me puse a escribir el borrador de estas palabras y lo primero que tracé fue el título: Las dos mitades de una mentira o la verdad del espejo. El teléfono sonó de inmediato. Era Jean Michel, ya tenía el título. “Escriba –me indicó–. Haití y República Dominicana: los medios, puente y espejo de una relación compleja”.

Es evidente, la palabra espejo se interpuso de pronto sin que la viéramos llegar. Ahora, aunque ella define el verdadero sentido que le quiso dar su autor, al tratar de construir una metáfora sobre el tratamiento que le dan los medios a una mitad y a la otra de la isla, también nos ayuda a despejar (¿o a definir?) esta minúscula babel donde vivimos. Un espejo. Somos un espejo, pero jamás nos vemos cuando miramos. Del otro lado del azogue hay unos rostros donde no nos reconocemos o, para ser más precisos aún, no nos queremos reconocer.

El escritor español Camilo José Cela dictó alguna vez un Decálogo de los deberes del periodista. En el segundo punto de su enumeración, el autor de La colmena reclama que un comunicador debe siempre “decir la verdad anteponiéndola a cualquier otra consideración y recordando siempre que la mentira no es noticia y, aunque por tal fuere tomada, no es rentable”. Me pregunto ahora, antes de oír a Jean Michel, ¿es verosímil la frontera de palabras que media entre República Dominicana y Haití? ¿Tiene algún reverso ese espejo? ¿Qué se ve cuando se mira a través de él? Vuelvo a Camilo José Cela, porque su punto número tres parece responderme y de paso, traza otra pregunta. Según Cela, el periodista “debe ser tan objetivo como un espejo plano”. ¿Acaso es cóncavo el reflejo que se extiende sobre las aguas del río Masacre?

Dejo esa interrogante en el aire, doy por sentado que empezará a responderse en cuestión de minutos. Jean Michel Caroit, el encargado de responderla, nació en París en 1951. Fue corresponsal de AFP en Afganistán Irán y Pakistán en los años 70 y desde el 1987 es corresponsal para la región del Caribe, México y América Central de Le Monde, New York Times, BBC, Radio France Internacionale y Radio Canada. En los últimos años ha publicado varios libros, entre los que sobresalen Nicaragua, el modelo sandinista (1981) y Haití- República Dominicana, al umbral de los años 90 (1991).

Empieza la conversación. El espejo se levanta como un telón de palabras. Noches como esta son buenas para comprobar que el silencio también se pronuncia en voz alta.

CV