Si de algo podemos estar completamente seguros a estas alturas, y a las luces de los análisis que nos ha permitido la profesión, es del espíritu de autonomía que persiste en toda la producción artística dominicana a lo largo del último siglo.

Una facultad que ha tenido antagonistas variados, desde la academia, las represalias interventoras extranjeras, y hasta la imposición del mercado. A partir del ajusticiamiento del tirano Rafael Leonidas Trujillo, se ofrece una oportunidad única de fraguar de manera distinta una representación de “lo dominicano” por medio de expresiones artísticas que habían sido poco desarrolladas hasta mediados de siglo xx. En República Dominicana, después de tres largas décadas de dictadura trujillista, se inicia la génesis de un nuevo lenguaje que fue sustituyendo a la anterior producción, basada principalmente en la exégesis del régimen imperante y cargada de contenidos románticos y edulcorados sobre la realidad. He aquí donde se plantea la urgencia como elemento característico y definidor del arte del momento. Según Danilo De los Santos, “en el espacio cultural que constituye la década del 60 para la sociedad dominicana, se producen sobresalientes registros educativos, literarios y artísticos, que si bien se expresan a instancia de una variación social e ideológica, representan –esos registros– el renuevo y la contraposición de las manifestaciones culturales que le preceden”.4 A partir de este momento, en diversos puntos del país los creadores se comienzan a aglutinar por razones ideológicas o estéticas, dependiendo de la predominancia de una u otra razón, según los creadores o el lugar de desarrollo de estos.

En la zona urbana de Santo Domingo, donde se concentró la lucha armada y los conflictos debido a la invasión militar norteamericana, se desarrollaron grupos como el Frente Cultural Constitucionalista, Arte y Liberación y El Puño, entre otros. Estos son los que se agruparon por razones fundamentalmente doctrinarias y de cariz político para contribuir directamente con las transformaciones sociales que se creían necesarias en ese momento. Los que estructuran estos colectivos a partir de móviles ideológicos van a tener una activa participación en la guerra civil de 1965 y su obra favorecerá la configuración del lenguaje del pueblo, de la guerra y de la resistencia a la invasión militar norteamericana, que ocurrió como consecuencia de dicha revuelta popular. Paula Gómez plantea que estos colectivos de artistas “configuraron el perfil cultural de los años sesenta, cuando la sociedad dominicana fue estremecida por fuertes movimientos sociales de profundas consecuencias para su desarrollo social, político y cultural, entre ellos, la Guerra de Abril de 1965”.5 Esta colectivización de la creación va a producir importantes cambios en el panorama del desarrollo artístico y social de la nación.

Son estos mismos creadores aglutinados los que configuran esa imagen del pueblo en oposición a la imagen del país. Me explico, aunque con fuertes connotaciones patrióticas debido a la invasión norteamericana, estos creadores se plantean desde el arte una respuesta como pueblo, como conglomerado de personas batallando por un horizonte común. Fue quizás en ese momento y gracias a esos artistas que se hizo posible la diversificación, la ruptura de formas y contenidos, las liberaciones de las que somos testigos hoy en día, como planteara Daniel Tobón, “rompiendo constantemente los límites de lo que hasta entonces podía ser considerado arte en sus búsquedas de formas y experiencias que afectaran más profundamente nuestra vida y nuestra comprensión de la realidad”.

Tomado del Libro Trenzando una Historia en Curso, Arte dominicano contemporáneo en el contexto del Caribe

Sara Hermann, Historiadora e Investigadora de Arte
Asesora del Centro León