En 1964, don Eduardo León Asensio concibe la idea de organizar un certamen artístico, la discute con el maestro Yoryi Morel y convoca el Primer Concurso de Arte Eduardo León Jimenes, el cual se ha convertido históricamente en el principal apoyo privado a las artes visuales en la República Dominicana.

La incidencia de este certamen en la carrera y proyección de los artistas que participaron en sus convocatorias durante esos años es contundente.

Como explicamos previamente, en los años sesenta el mundo del arte era estimulante y su producción material e intelectual, definitivamente indispensable. Los nuevos medios, tales como la gráfica y el performance, se desarrollaban, y la escultura se ampliaba rápidamente en muy diversas direcciones. Los artistas del momento reproducen el dinamismo y la urgencia y definen esto a partir de nuevas prácticas experimentales y lenguajes socialmente comprometidos. La producción artística de los 60 captura no solamente un período tumultuoso de cambio político y social, sino que refleja también el impacto de las luchas civiles y los principios de una particular ideologización en el mundo del arte dominicano. La producción artística del momento es de narrativa compleja, cargada de contenidos simbólicos y gestuales. Esta manera de abordar el hecho artístico como reacción, como respuesta, es quizás uno de los aportes fundamentales de los creadores de ese período. Es decir, al transformar la narrativa y la evolución de los discursos desde la noción de progreso –muy usual en los discursos de la historia del arte–, hacia una de acción, reflexión y reacción, la propia relación de los artistas con la historiografía del arte cambia. Los artistas activistas y dinámicos del momento descargan el arte de esa necesidad de seguir un estilo o una manera de hacer que fuera en progresión para autonomizar lo formal y conceptual de derroteros estilísticos con otros linajes.

El Concurso de Arte Eduardo León Jimenes, y la colección que se desprende de este, va a ser una especie de termómetro de las circunstancias sociales, políticas y económicas del país, así como de los derroteros que toma su producción artística. En esta se evidencia el peso de los relatos locales e inmediatos. Así como don Pedro Mir llamara a nuestro pueblo “triste y oprimido”, sus avatares y condiciones existenciales van a ser parte fundamental del temario de los artistas, del mismo modo que se verán claras tendencias hacia la abstracción, con matices gestuales y orgánicos en la mayoría de los casos. Estas vías de trabajo, trataban desde sus muy particulares perspectivas de reconstruir la manera de hacer arte, no solo a partir de la reconsideración de la forma, sino de la propia práctica artística. Ese legado de autonomía, entonces, lo es también de acción y compromiso con el contexto, como de redefinición de las prácticas artísticas per se.

Tomado del Libro Trenzando una Historia en Curso, Arte dominicano contemporáneo en el contexto del Caribe

Sara Hermann, Historiadora e Investigadora de Arte
Asesora del Centro León