La escuela hostosiana nos enseñó a contar con el ábaco. 

Las esferitas multicolores y la risa infantil apegada en la curva del dedo sobre la superficie y entre los espacios de la madera lisa rozar lento de las cuentas, lágrimas, transparencias, cristales, planos y pizarras suman secuencias que bien podrían contarse o cantarse, pero que formaron la base perceptiva de la pintora. La plástica es un arte largo y diario. El siglo barrió los modelos de excepción y los convirtió en modelos excepcionales de repetición. Y aunque no pueda reinventarse el quehacer pictórico, ya la pintura de América no la trae la cigüeña desde París.

La cuenta multicolor puede iniciarse, detenerse o enriquecerse, pero la secuencia del ábaco temporal pertenecerá siempre a la vida de los demás, solo con el arte la cotidianidad trasciende más allá de las obligaciones sociales, pero en este esfuerzo vital por cumplirlas se hace el Arte.
La cuenta de seis años para los Espacios participantes fue dedicada a romper los límites del espaciocuadro hacia un espacio tácito infinito, sugerido y acentuado por un aditamento extrapictórico participante que valorizará el planteamiento general compositivo.

De manera que el cuadro no concluye como un espacio muerto en sí mismo, sino como participante de la vida de otro espacio, el todo universal, la conciencia física y la imaginación.

La exploración compositiva se extendió, de la forma a la línea biselada, al plano, y luego a la objetivización (cuadros con persianas) en donde se trataron los espacios participantes como divisores entre el espacio exterior y el espacio interior.

La temática siempre sincera por local e inmediata, el pretexto la metáfora obligada, documento filosófico legado al futuro de la nación.

El oficio pictórico se adecuó siempre a los elementos integrantes de la obra, y de aquí los contrastes de la opacidad (empastado) y transparencias (veladuras) al compás de las calidades del aditamento extrapictórico y al ritmo del gesto bellasartino de mi predecesora Celeste Woss y Gil.

La cuenta de Espacios participantes, ejecutoria brillante o gris, el cuadro viajero obligado para dar de comer a los hijos, retrato para llevar alegría a un amigo o pagar la renta y silenciar las motocicletas de los cobradores, más simple aún: la vida que es pintura.

De nuevo la risa infantil apagada penetrando los años en la sabiduría de mis cinco dedos que antes fueron diez para contar el ábaco, ahora canto La Anunciación desde Botillier a la altura de Port-au-Prince, donde vi por primera vez las patas de la isla (1979), detenida ahora en el paisaje recién nacido después del huracán, esfera nueva azul y verde, homenaje plástico a las palmas vencedoras, enhiestas, verticales modelos antillanos de lucha y marcha eterna.

Tomado del libro Alas y raíces: Ada Balcácer