La relación con Europa merece ser reiterada, e incluso reinterpretada en lo que concierne a las artes visuales del Caribe.

La misma se ha perennizado a lo largo de la época colonial, siguiendo los cánones de la metrópoli española, y ha permitido a los plásticos insulares aproximaciones regionales interesantes. Es así que Carlos Ramírez se exilia voluntariamente en Santiago de Cuba, Adriana Bellini (Billini) estudia en Cuba y Ramón Frade, puertorriqueño, recibe su formación de Adolfo Laglande en Santo Domingo.

En el primer tercio del siglo xx, esos creadores, ávidos de información, realizan períodos de permanencia en París, que en la época era polo artístico de atracción internacional.

Su confrontación con las diferentes tendencias entonces en vigor –post impresionismo, fovismo, cubismo, post-cubismo, constructivismo, surrealismo, futurismo– los lleva a apropiarse de algunos de estos códigos formales. Estos les sirven de apoyo para expresar un nuevo sentir de cara a su región. Los artistas dominicanos, a su retorno de París, integrarían mayormente el post-cubismo, se familiarizarían con la obra picassiana y con el arte metafísico (Colson), mientras que los procedentes de España se inclinarían en mayor grado hacia el surrealismo (Eugenio Granell). Aunque evidentemente las estancias de ambos en México y Estados Unidos contribuirían a que abrieran nuevas perspectivas. Esas variaciones explican el camino seguido desde entonces por las artes visuales dominicanas.

Por otra parte, otras sensibilidades han guiado a los artistas plásticos. En República Dominicana, el trabajo de la memoria patrimonial proveniente de África ha sido más lento que en Cuba –donde Fernando Ortiz desempeñó un papel fundamental en su recuperación y su análisis–, Puerto Rico, e incluso Colombia. Los personajes populares insulares y los ritos religiosos, poco a poco, dieron a luz una conciencia de esta especificidad que los artistas trasladaron al terreno de la narración: El nacimiento del gagá (Paul Giudicelli, 1960), El sacrificio del chivo (Eligio Pichardo, 1958), el reconocimiento del sincretismo como lo indica la Virgen negra (Marta Pérez, 1987), o Santa Marta la Dominadora1 (Jorge Severino, 1977), es decir, una asimilación de la identidad. En Cuba, Ortiz desempeñó un papel de primer orden y, en consecuencia, no fue una sorpresa que la Facultad de Artes y Letras ofreciera cursos sobre las culturas africanas.

Tomado del Libro Trenzando una Historia en Curso, Arte dominicano contemporáneo en el contexto del Caribe

Michele Dalmace, Crítica e investigadora de arte.
Catedrática de la Universidad Michel de Montaigne, Burdeos