El merengue se inició como parte de un mundo donde entraron el conuco, el machete y los aperos de labranza, la “tierra brava” donde el pueblo dominicano sembró sus raíces su destino; allí estaban el andullo y el cachimbo, el trópico, el aguardiente y su secuela de embriago y locura, de irracionalidad dionisíaca; el coco y la palmera, el barro y el tejamaní, el ardiente sol, el güiro y el ají caribe, el sancocho y la miseria, el lechón y la verbena, el “fuego de aguardiente“, el calor del abrazo, la carne estremecida –“dos tensos bejucos enroscados”, el sabor agrario de la madrugada, el cuero del chivo, el llanto y la sonrisa, las angustias y las alegrías existenciales; en suma, allí entró la palabra del nativo: el merengue se hizo “pluma para escribir la historia”, labios “por donde gota a gota como un oscuro río desangran tus palabras”. El merengue es ritmo. Músicos de oído y pentagrama. Espíritu y emoción de varios pueblos del Caribe, él es melodía y canto, voz, garganta; vida, angustia y alegría; con él se hacen esas cuerdas vocales que gritan; en él se encuentran esos brazos que se afanan. El merengue es vitrola y stereo, VCR y MP3, escenario y lodazal, baile y fiesta, eterna danza de un “corazón de coco”. Es movimiento, es roce corporal, erotismo, pasiones inconscientes. “El merengue es ánimo” –como escribió Paul Austerlitz–: “El merengue es una pareja abrazándose y dando vueltas que los llevan al cielo”.

El merengue es palabra. Signo y emblema. Diáspora e internet. Es lenguaje, comunicación. Poesía. Doble sentido. Crónicas cotidianas, denuncias, remembranzas, resentimientos, declaraciones idílicas, reproches, amarguras, convocatorias. “Canto a lo divino y a lo humano, al amor y al desamor, a la mujer y al hombre, a la naturaleza y a la patria, a las epopeyas y a las trivialidades, a la alegría o a la tristeza”, como escribí en La pasión danzaría. Es sátira, ironía. “Humor, crítica política y social”: así lo vio Manuel Rueda. El merengue es patriotismo y arenga, bravura de huracán. Historia: “El furioso merengue que ha sido nuestra historia”.

El merengue es color. De enramada y car wash, de cabaret y discoteca, de gallera y salón; colorido de comparsa y diablo cojuelo, de máscara y circo, de velorio y fiesta. El merengue dibuja nuestra nacionalidad. Resalta entre las expresiones de nuestra identidad, marcando nuestra diferencia. Los colores del sincretismo cultural café con leche del que somos producto. Por eso es etnografía. Es Caribe. Ritmo, palabra y color: por el merengue podemos reconocernos y por él se nos puede conocer. Un símbolo eficaz de la identidad dominicana.

Tomado del libro Que no me Quiten lo Pintao, del autor Darío Tejada.