En la República Dominicana es posible hablar de un antes y un después del primer lustro de los años 60 en términos de historia y de historia del arte, y no solo en aspectos de la creación, sino también de su proceso institucional, pues las Bienales Nacionales, que eran la más importante plataforma de actividad pública para las artes, quedaron suspendidas desde 1967 hasta 1972, y después de dos años, nuevamente interrumpidas hasta 1979; mientras que la Escuela de Arte se deprime mucho, en correspondencia con todo el sistema.

En esa coyuntura los patrocinios privados pasan a ocupar un papel de importancia no solo en la difusión sino también en la formación artística. Un nuevo certamen nace a partir de 1964, el Concurso Anual de Arte Eduardo León Jimenes (convocado y auspiciado por el Grupo E. León Jimenes), que más adelante adquiere carácter bienal. Por otra parte, se incrementa la proyección de las galerías y el mercado que creó una nueva dinámica comercial, con índices de rentabilidad, diversificando sus características y opciones de venta. Mientras, la crítica de arte encuentra nuevas voces, que se suman a las de Manuel Valldeperes y Pedro René Contín Aybar. Indica Sara Hermann, que “las mujeres despuntan entre 1965 y 1970 y se mantienen vigentes hasta hoy: Jeannette Miller y Marianne de Tolentino”.33 Ambas han hecho una labor esencial para la historiografía crítica del arte dominicano, lo que significa un legado notable a la cultura visual del país. Destaca la autora otros nombres fundamentales, como Arnulfo Soto, Fernando Peña Defilló, María Aybar y Danilo De los Santos.

Al finalizar la década del sesenta, el Grupo Proyecta (1968) se manifestaba por nuevas posturas artísticas ante la realidad dominicana, que ya no incluían la acción directa en momentos decisivos para la paz ciudadana y la defensa patriótica, pero que sí solicitaban para el arte un espacio en la sociedad, y de los artistas, una participación ética y cívica en el proceso artístico. Una nueva etapa se abría para el arte dominicano. Los tiempos en que el arte y la sociedad vibraron ante las esperanzas y frustraciones dominicanas constituyeron hitos de la historia del arte dominicano, y los años 60, una apertura hacia los nuevos desafíos de la contemporaneidad con todo su entramado de complejidades. Nuevos paradigmas estético-artísticos y una nueva sensibilidad comenzaban a abrirse camino, marcados por otras artes y tendencias que se ponían en movimiento para propiciar alternativas diferentes para la creación, entre ellas la multidisciplinaridad, que daba toques “vanguardistas” a las artes de la época y que tuvo su expresión pública como grupo en la exposición Nueva imagen (1972), en la que “doce artistas con reales intenciones de renovación en el arte […] desarrollaron las búsquedas incorporando la cartelística, el afiche, corroborando la necesidad de comunicación de los artistas con sus receptores”.

Las artes plásticas dominicanas verificaron una ampliación de sus prácticas con la inclusión del diseño gráfico, el grabado y la fotografía, lo que fue tendencia en toda la región del Caribe hispano, además de la influencia de otras tendencias internacionales, como el pop y la nueva figuración, que dejan su huella también en la producción de los creadores. Un mayor “proceso comunicativo” se establece en esa coyuntura y se rompe el esquema predominantemente galerístico y bidimensional de las obras precedentes para dar paso a los ensamblajes con fuerte arraigo en la cultura popular, como se aprecia en las obras de Geo Ripley y Soucy de Pellerano.

En esas circunstancias la fotografía, de joven existencia reconocida como expresión artística, comenzó paulatinamente a superar los servicios que brindaba, tanto a la publicidad como a la actividad comercial y política, proceso que pareció acaparar –con su intenso influjo– los años “modernizadores” de los cincuenta-setenta. No existen estudios que abarquen las tendencias de la fotografía en el Caribe insular hispano en la segunda mitad del siglo XX, ni antes, ni después. Se trata de proyectos en espera que al concretarse podrán iluminar muchos temas hoy desconocidos o poco estudiados. No existen tampoco monografías por países, ni eventos sistemáticos que promuevan el encuentro y la reflexión entre creadores y críticos. En República Dominicana, comenzó hacia finales de los sesenta, con la fundación del grupo fotográfico Jueves 68, convocado como club de aficionados por Wifredo García, Santiago Morel, Nidio Fermín y Julio González, quienes buscaban un reconocimiento a la labor de la fotografía como arte. Fue sobre todo en la década del setenta que se desarrolló un movimiento fotográfico con carácter grupal y proyección expositiva en el país. En la historia de la fotografía dominicana, las primeras exposiciones personales fueron de Wifredo García y Martín López, en 1976, y marcaron un hito en la trayectoria de este arte para su legitimación estética y social, aunque ninguna de ellas se realizó en galerías de arte sino en la Casa de Teatro. Wifredo García en su libro Fotografía. Un arte para nuestro siglo, afirmaba refiriéndose a aquel acontecimiento que “todavía se dudaba de que la fotografía pudiera ser un arte”.

En 1977, él y otros colegas, crean Fotogrupo que, con carácter de Asociación, buscaba integrar a los interesados, profesionales o aficionados. La primera exposición de fotografía en el Museo de Arte Moderno tuvo lugar en 1978 y fue realizada por Martín López. Como se ha dicho, fue en Santo Domingo donde surgió la primera Bienal Nacional de Artes Plásticas en el Caribe insular en el año 1942, pero la fotografía no ingresaría al certamen con las mismas consideraciones de las otras manifestaciones artísticas hasta 1979, año en que se introduce también la polémica categoría libre. Un año después se produjo en Santo Domingo el Primer Encuentro Nacional de Fotógrafos. El ganador del premio fotográfico en el año 1979 fue Onorio Montás, con su obra Purito; y el ganador del premio de tema libre en esa ocasión fue Faustino Pérez, con su serie Otros mundos. En ella, el autor utilizó la superposición de imágenes y las fotos entremezcladas con gran equilibrio debido al uso cromático: “En la calle me los pongo y en la casa me los quito, hace alusión a una muchacha con rolos, donde las líneas entrecortadas del fondo se dirigen todas hacia su cabeza, este señalamiento confiere un sentido gráfico al trabajo y demuestra la utilización de estos artificios (los rolos) como elementos decorativos que son parte de un comportamiento social”. La fotografía, según las tendencias internacionales, creó también nuevas alternativas de proyección social con un compromiso de acercamiento más objetivo a la realidad dominicana para las artes y el contexto, como se aprecia en el uso fotográfico en las obras de Peña Defilló y también en el fotorrealismo de Alberto Bass.

La apertura al formato instalativo de la obra artística tuvo en Altar vuduista, de Jorge Severino, presentada en 1978 a la Primera Bienal Latinoamericana de São Paulo, un referente esencial en las artes dominicanas. Por su carácter, tenía el formato de instalación dentro de un ambiente que recreaba una casa dominicana en la que, dispuestos en tres espacios, se situaron los altares y los elementos asociados dentro del concepto de la obra. Para ello, además del objeto-altar, realizó una pieza en gran formato de Santa Marta La Dominadora y una serie de fotocopias de figuras de muñecas, icono que con un significado simbólico había utilizado en series y obras anteriores, al igual que la imagen de la mujer, como se aprecia en su obra La dama (1974), con la que obtuvo Tercer Premio de Pintura en la Bienal del mismo año de realización de la pieza. La inserción de la fotocopia en esta instalación revela una manipulación en el uso de un medio reprográfico que resultó novedoso en su tiempo. Al desplazar la fotografía a ese nuevo soporte, construía un sentido de serialidad y reiteración que le aportaba nuevos significados al empleo del referente, doblemente manipulado, por su calidad de objeto asociado al sentido del juego. Con sus usos de estos “objetos de civilización” y otros elementos en obras precedentes, tales como las cajas de embalaje, el graffiti y los rótulos comerciales, transgredía los límites de lo “artístico” para hacer un sensible aporte a la contemporaneidad dominicana. Mientras tanto, penetraba por su temática en zonas altamente sensibles y polémicas de la cultura, debido a sus aspectos socioraciales y culturales, al reivindicar la figura de la mujer negra, por una parte, y al penetrar con el Altar vuduista en esa zona deslegitimada que también integra el caudal mayor de las tradiciones populares del pueblo dominicano.

Si bien un panorama diferente se abre paso en la plástica dominicana, también es posible distinguir –sin embargo– una común inquietud social y orientaciones también comunes en las artes que se expresaron –en su diversidad– por un cambio en los enunciados identitarios, más abiertos en la observación de las realidades nacionales desde una perspectiva crítica. Se tensaban las cuerdas y los años sesenta y setenta serían un nudo cronológico muy importante como “momento” de un cambio de sensibilidad. El abstraccionismo había tenido una función primordial en ese sentido, un carácter terapéutico en el ambiente de aquellos años, al poner en evidencia que la realidad podía no solo ser representada sino creada y al poner en valor la capacidad artística de todos los medios del lenguaje plástico y ampliar sus posibilidades expresivas. Se trató de un cambio de percepción y de significado del mundo real para la creación artística, que dejaba atrás el sistema visual instaurado por la modernidad, siempre tardía en las periferias y, como parte de ellas, en las islas y territorios del Caribe. Por otra parte, las nuevas formas expresivas del arte interesaban zonas del mundo espiritual del creador y de su relación con el uso de los medios expresivos que potenciaban aspectos desconocidos del hacer y del pensar las artes plásticas en el ámbito de una nueva cultura visual en las insularidades antillanas.

En el plano cultural, la nueva sensibilidad artística adoptó reformulaciones críticas, de valor ético y estético en relación con su contexto, así como exploró sus vínculos con otras disciplinas artísticas –como el grabado, la fotografía y el diseño gráfico– que en general no eran tomadas en cuenta en los territorios caribeños insulares por los espacios legitimadores de la creación artística. Este hecho fue de gran significación en las perspectivas del cambio de paradigma artístico a partir de los setenta en la República Dominicana y en los territorios del Caribe hispano insular, y le dará un sello de autenticidad a las vibraciones, compromisos y proyecciones de las artes plásticas hasta nuestros días.

Tomado del Libro Trenzando una Historia en Curso, Arte dominicano contemporáneo en el contexto del Caribe

Yolanda Wood, Historiadora, crítica e Investigadora de Arte.
Profesora titular de la Universidad de la Habana