Aprovechando la relación de la obra y persona de Yoryi Morel con la música, hablamos de polifonía. 

En este tenor se podrían exponer las voces distintas con las que el artista hablaba de un mismo tema, es decir, como trabajaba una misma idea, paisaje, o retrato de maneras distintas. Cómo ejecutaba sus temperamentos discursivos en cada momento de la obra.

En muchos casos esta diversidad de temperamentos estaba directamente relacionada con el momento y el estado de ánimo que vivía personalmente el creador. En otros se relacionaba con “el cliente” y, finalmente, también se vinculaba a la evolución o desarrollo de un mismo tema en la trayectoria del pintor.

En la mayoría de los casos, y más aún en sus primeros retratos, se nos presenta un creador de impecable factura. Igual también en sus autorretratos. Es entonces esta polifonía la que hace a Yoryi comenzar a verse a sí mismo de manera diferente. Un día posó para una fotografía con una boina y actitud de pintor serio, de academia. Y eso fue lo que reprodujo en un autorretrato de 1924: el pintor de oficio, escuela y caballete. Con el paso del tiempo esa mirada se tradujo hacia quien realmente era o quien quería ser. De una cierta impersonalidad pasó a una interiorización que nos mostró no solamente las características de un rostro, su rostro, sino la persona que había dentro. El artista planteó una interacción a partir de las diversas maneras de manifestar sus discursos artísticos; es posible que su propia imagen pudiera reflejar la suma de contradicciones que sufre la humanidad. La cuestión la centró en que dicho reflejo de confusión seguía latente en el individuo como tal. Esta dualidad se patentizaba también en el uso de los reversos y en los cambios de actitud de sus múltiples autorretratos. Su acción artística en este sentido conjugó percepción y significación, también observó el paso del tiempo y con él, el cambio de perspectivas.

El cuerpo de trabajo de Yoryi Morel se enmarca dentro de un contexto netamente dominicano como una manifestación subjetiva sobre el individuo, la identidad, el sentimiento, la realidad y como memoria individual que engloba imágenes, estímulos visuales táctiles, tradiciones y localismos colectivos, como una práctica artística alejada decididamente de la moda y de las tendencias estilísticas. Valldeperes habló ya de la condición única y trascendente de la obra de Yoryi, su dominicanidad…”. Lo dominicano es lo que nos es esencial y que, por serlo, nos trasciende. Son dominicanos en un sentido amplio, la tierra en que vivimos y el cielo que nos cubre; son dominicanas nuestras canciones y nuestras danzas. Y son dominicanos nuestros sistemas de vida y nuestras esperanzas, porque nada de esto es común a los demás hombres. Y de esta dominicanidad esencial está imbuida la obra del pintor cibaeño”.

Tomado del libro Yoryi Morel Autonomía y Trascendencia.