El paisaje ha sido fuente de inspiración privilegiada en los inicios de una pintura nacional, y más aún, ha sido la primera manifestación de creatividad auténtica. Paisaje banilejo, de Xavier Amiama; Paisaje con laguna, de Tuto Báez; y Paisaje de la desembocadura del río Ozama, de Luis Desangles; ilustran ese contexto todavía neo-romántico, pero dotado de una poesía innegable.

Son obras fundamentales para comienzos que acentúan, con otros paisajes, la presencia rural y apenas urbana. La tipología racial mestiza, elemento que también permite reconocerse, les acompaña, un poco más representada en versiones anteriores, que además introducen la huella de la Escuela Nacional de Bellas Artes.

Es, sin lugar a duda, el núcleo más escueto de la exposición, ¿a manera de un simple prólogo? Santiago y el terruño triunfan en el ambiente que sigue. El sitial le corresponde a Yoryi Morel, maestro nacional y nacionalista, regional y regionalista, proyectando en el lienzo o el papel una estética de su Cibao sin que él adopte las libertades del arte moderno, ni se estanque en un proceso deliberadamente conservador. La naturaleza despliega en sus cuadros los flamboyanes llameantes ¡casi un pleonasmo!–, los follajes frondosos, el parque, la cordillera, el río, el camino, una, dos, tres casitas… ¡Y cómo vive la gente! Campesinos pintorescos y mulatas sensuales, marchantas y lavanderas afanosas, procesiones de devotos, fiestones de música, baile y libaciones, son actos y pinceladas de fe, reinventando inagotablemente a los modelos morelianos, alojados en su memoria o captados en sus paseos matutinos. Ese impresionista cibaeño –al igual que Colson fue un cubista criollo– podía llegar a un expresionismo vehemente, de increíble libertad, como en el lechón y reverso de un escrutador autorretrato.

Pero una justa apología a Yoryi no deja olvidar a aquel pintor del “Santiago adentro”, Federico Izquierdo, que, mientras más miramos a sus escenarios cobijados por la Catedral, más nos emociona. Ese encantador costumbrista era un hacedor de imágenes, rimando ritmos con tradiciones, con una extraordinaria transparencia y calidad de la luz. ¡Su pintura combinaba oficio e inocencia! Ahora bien, prácticamente en contrapunto con esas obras ancladas en la tradición, de Santiago todavía se propone una relativamente nutrida representación del Grupo Friordano –denominación que proviene de un juego letrista con las siglas de sus integrantes–, que bien corresponde a un periodo de grupos de investigación y discusión ideológica, y que caló en el ámbito de la Universidad Católica Madre y Maestra. Los friordanos, en pos de originalidad y actitud abierta, clamaban por la promoción del arte y por la espiritualidad como vía de expresión creadora. Aquí se destacan Danilo De los Santos, nuestro historiador del arte por excelencia, y Daniel Henríquez, cuyo dramatismo pictórico y cuya investigación factural no han sido valorados debidamente. Luego, para quien desconoce las motivaciones del grupo, solo parte de lo presentado se valora y aprecia.

Tomado del libro Colección Eduardo León Jimenes de Artes Visuales Estructura contenido proyección trascendencia.