Hacia el final del siglo XX Ada Balcácer profundizó sus investigaciones en torno a la luz tropical, cuyos resultados convergieron en la definición de los postulados de la Academia de Luz Tropical. 

En ella la artista enfatiza el valor tridimensional de la luz tropical y se desborda en experimentaciones cromáticas de gran impacto visual y contemporaneidad.

El ámbito Arteluz ofrece un conjunto de obras que manifiestan una recapitulación botánica y anatómica, el retorno a la figura humana y al desnudo, ahora esquematizados, y a sus ancestros africanos en máscaras y escarificaciones. La artista crea esculturas selváticas y elabora discursos de reflexión hacia la flora nativa en vías de extinción y el medio ambiente (El verde arrodillado, 1996). La luz se convierte en protagonista y asume corporeidad (La cruz de cristal, 1999). El blanco se transforma en color (Rayo de luz, 1998) y los colores se aplican con libertad en nuevas armonías y texturizaciones (Pasarela en el paisaje, 1996). El discurso visual es referente de una nueva sociedad, urbana y globalizada, cuestionada e inquisidora.

El crítico de arte Carlos Francisco Elías documenta esta producción en el siguiente texto: “Ensayos de luz supondrá para Ada Balcácer la elaboración intelectual de ideas que ella pintará con fuerza cromática descomunal: estallidos de verdes politonales contra amarillos rebeldes, juegos de sombras y de hojas enredadas con hilos de rojo y todo para inventar esa ciudadanía de la luz en microcosmos insular […] Esculturas Selváticas le sirve a Ada Balcácer para coronar un ciclo que se inició en 1977, porque en la pintura la luz es seña de identidad geográfica y tono emotivo del ojo artista […] Montada en el valor tridimensional de la luz más trópico, igual a obra estructurada y con leyenda teórica, Ada Balcácer […] se nos coloca, seriamente, con una obra digna de estudio y valoración nacional”.

Tomado del libro Alas y raíces: Ada Balcácer