Es un hecho incuestionable que el carnaval dominicano ha alcanzado ya los pantalones largos. Esto se hace evidente no sólo en la cantidad de multitudes que es capaz de convocar durante todo el mes de febrero, en distintas ciudades al mismo tiempo, para culminar en la ciudad capital con el desfile nacional que reúne cientos de miles en un desbordante ambiente de risa, alegría, creatividad popular y explosión de coloridos.

Las caravanas que atiborran los fines de semana la Autopista Duarte hacia La Vega, Bonao, Santiago y otros pueblos, nos indica cuán entusiasta es la festividad carnavalesca en el país. Empero en la capital también se siente el sonido contagioso de las comparsas que circulan en distintos lugares, como anunciando el espacio de la gran fiesta.

Otras en partes del país y en otras fechas salen comparsas carnavalescas, rompiendo la vieja tradición y dispersando el motivo y la naturaleza de lo que se conoce como carnaval, pero así lo asumen diferentes pueblos dándole riqueza y diversidad sinigual a nuestras fiestas.

Sin embargo, falta aún impregnarle al carnaval dominicano un sentido de industria cultural que involucre distintos sectores, familias enteras, empresarios pequeños y medianos, comercio de chucherías, empresas, artesanos, artistas y toda la creatividad popular, esta vez con sentido empresarial de envolver esta magnificencia festiva en una verdadera industria que produzca recursos y se invierta en ella sin temor.

En otras partes del mundo como Nueva Orleans y Brasil, el carnaval es aprovechado como industria cultural, deja beneficios no solo a quienes lo disfrutan y viven de su catarsis sino también a aquellas personas vinculadas a él por la fuerza del trabajo y la comercialización que necesariamente se deriva de una actividad que mueve tanta gente, tantos recursos dispersos, tantos intereses, y como si fuera poco, compromete igualmente al sector turístico que por su propia naturaleza se beneficia de su celebración.

No es posible que con tantos intereses envueltos en el carnaval no podamos diseñar un proyecto de industria cultural que genere una cadena de intercambios con el fin de hacer del carnaval una verdadera fuente de promoción cultural, así como una alternativa de vida de mucha gente que está relacionada al mismo, sin saber los beneficios que éste puede generarle.

No se trata de desconocer la incipiente industria existente ya; de lo que hablamos es cómo presentar una infraestructura comercial y creativa especializada en el carnaval que eleve la calidad de las carrozas, los recursos usados como parafernalia del mismo, las distintas comparsas, produciendo una cadena humana y comercial que complejice los resultados mismos del carnaval, en cuanto a su calidad creativa, colorido, diseños, trajes, paisajes, temas y otras tantas manifestaciones propias de éste.

Esta iniciativa en nada afecta la espontaneidad del carnaval ni lo distorsiona como tradición cultural; el concepto de industria cultural, aupado por organismos internacionales como la UNESCO, por el contrario, permite que la gente valore el hecho cultural como un medio de vida, además de ser una expresión de identidad y de satisfacer una necesidad interior de los pueblos.

Tomado del libro Por el sendero de la palabra. Notas sobre la dominicanidad, 2006.

Carlos Andújar Persinal

Especialista en antropología.