No es hasta 1929 que se vuelve a montar un torneo nacional con equipos de las sedes tradicionales: dos por la capital (Licey y Escogido) y el Sandino de Santiago. Además, los refuerzos venidos principalmente de Cuba le dieron mucha calidad.

Al final, el Licey volvió a ganar viniendo de atrás y a pesar de lo accidentado de la competencia. Otra vez abandonaron los de Santiago y los Leones sufrieron la deserción en masa de sus refuerzos, entre ellos hombres de la talla de Martín Dihigo, Bernardo Baró y Agustín Bejerano, al igual que su joven y deslumbrante torpedero Tetelo Vargas, que aceptó la oferta de Alejandro Pómpez de ir a jugar en Nueva York en las Grandes Ligas Negras.

Con este viaje de Tetelo se iniciaba una de las carreras más brillantes protagonizada por un atleta dominicano. Trasladado al bosque central para aprovechar su extraordinaria velocidad, Vargas desarrolló una maravillosa actividad en todas partes donde pudo jugar y solo la intolerancia que se mantenía entonces en las Ligas Mayores, que no permitía la entrada a hombres de raza negra, le impidió jugar en ese circuito. Dentro de los parámetros actuales, Tetelo sería señalado como poseedor de las cinco condiciones básicas para jugar béisbol y es muy difícil (por no decir imposible) crear un equipo de estrellas dominicanas de todos los tiempos y no incluirlo. Durante el desarrollo del torneo de 1929, la prensa de Santo Domingo comenzó a llamar al Sandino santiagués como Águilas Cibaeñas. La competencia se inició el 9 de marzo y finalizó el 16 de junio, cuando el Licey se coronó campeón. Se jugó en Santiago por primera vez y allí el Escogido perdió dos juegos que fueron fatales para sus aspiraciones. Cuando los mencionados refuerzos abandonaron sus filas, los Leones estaban en una cómoda posición, pero un rebase espectacular de los azules fue determinante para el resultado final.

Finalmente, es importante consignar que en 1929 se fundó la Asociación de Cronistas Deportivos (ACD), organismo que agrupa a la prensa deportiva del país y que tendría un papel fundamental para el desarrollo y la consolidación del béisbol en el país. En su seno se han desenvuelto varios de los talentos más ilustres de la prensa dominicana. A pesar de estos hechos y de que en ese 1929 se proclamó precariamente un campeón, al final los gastos en exceso hechos durante el torneo por los dueños de equipos provocaron lo que puede llamarse el primer gran colapso del béisbol. Sencillamente la economía dominicana no soportaba torneos como los que se efectuaban en Venezuela, Puerto Rico y Cuba, sociedades con un mayor desarrollo social, económico y político. El tercer decenio del siglo XX se inició en la República Dominicana con un hecho que sería trascendental. El violento cambio político que llevó a la primera magistratura al entonces brigadier Rafael Leonidas Trujillo impactó de tal manera el porvenir del país que sus efectos se sienten todavía. Coincidiendo con su toma del poder, en 1930, la capital fue afectada por el golpe de un terrible huracán, conocido como San Zenón, el cual destruyó las instalaciones que se utilizaban para jugar béisbol, el hipódromo La Primavera y el Gimnasio Escolar. El evento metereológico provocó la suspensión de ese tipo de actividades, que cayeron (como el deporte en general) en un total abandono. Cierto que en ese mismo año de 1930 fue reconstruido el Gimnasio Escolar con el patrocinio del municipio de Santo Domingo, pero esta instalación tenía muy poca funcionalidad para jugar béisbol, sobre todo porque el área del público era muy incómoda. No obstante, hasta 1936 se efectuaron allí breves series entre equipos locales y con representaciones del exterior que visitaban el país.

Los estragos causados por San Zenón no fueron tan dañinos en el interior del país, de modo que en Santiago se continuó jugando béisbol y despuntaban numerosos talentos, aunque la situación de la actividad era crítica pues las personas no asistían a los juegos como en el pasado reciente. La capacidad de producción de la región central de la nación no estaba todavía al nivel de la costa sur, con la capital a la cabeza, y la mayoría de los atletas que surgían por esos lados terminaban trasladándose a Santo Domingo, donde podían recibir mejores salarios. Tales fueron los casos de hombres como Horacio Martínez y su hermano Aquiles, Bragañita García y Enrique Lantigua. Esto era así a pesar de que las capas sociales consideradas altas en esa época consideraban que la práctica del béisbol no aseguraba el futuro económico y social de una persona, por lo que muchas familias trataban de apartar a sus hijos del deporte.

Valga como ejemplo lo ocurrido con el lanzador santiagués Eduardo Khoury, cuyos padres habían llegado a la capital del Cibao a finales del siglo anterior como emigrantes árabes y allí formaron familia sobre la base del trabajo honesto y tesonero. Según las noticias de la época, Khoury era uno de los lanzadores estelares de Santiago y en varias ocasiones salió airoso, con sólidos trabajos frente a contendientes poderosos. Era famoso porque dominaba con control los que ahora se llaman lanzamientos rompientes. No obstante, no hay constancia que este jugador formara parte del equipo representativo de la zona en los torneos efectuados en esa época, lo que hace suponer que la disciplina hogareña quería evitar la distracción de los estudios que podía representar la práctica del deporte. Khoury fue luego un profesional de farmacia graduado en la Universidad de Santo Domingo y su vida transcurrió tal como lo habían planificado originalmente sus progenitores, concentrado en el trabajo honesto y en transferir a la familia por él creada los valores inculcados desde antaño. Como su caso, hay cientos en toda la geografía nacional de entonces.

Los mismos obstáculos que impedían el progreso en la nación, imposibilitaban un mayor avance en el béisbol. Sin embargo, surgían no pocos dominicanos que llegaban a jugar béisbol de manera estelar y hallaban en el extranjero las oportunidades que le permitían brillar y escalar la fama. Estaban por encima del entorno que los rodeaba y ya desde entonces colocaban el nombre de la nación en alto.

Durante 1936 el panorama del béisbol comienza a cambiar. El año se inicia con una visita de los Rojos de Cincinnati, como parte de una gira por la región y dentro de su programa de entrenamiento para la temporada de Grandes Ligas de ese año. Efectuaron dos juegos de exhibición, uno contra el Escogido, al que vencieron cómodamente, y otro contra el Licey, donde salieron asimismo victoriosos por un costoso error de José Saint Claire jugando fuera de posición, en el jardín derecho, lo que empañó el brillante trabajo realizado por el lanzador criollo Gustavo Lluberes. Esa serie provocó que se remodelara el Campo Deportivo Municipal, antiguo Gimnasio Escolar, al que se le adaptaron unas gradas compradas en Puerto Rico. Desde el ciclón San Zenón, en 1930, la ciudad capital carecía de una instalación adecuada para efectuar juegos de béisbol.

Los Rojos venían de protagonizar una serie en Puerto Rico, verificada en el estadio Sixto Escobar, donde enfrentaron a los Aztecas de México, el Almendares cubano y los Brooklyn Eagles locales. Fueron contratados para venir a la República Dominicana por Alfredo Nadal, entonces principal promotor deportivo del país, y exigieron 1,500.00 dólares norteamericanos, más el 65% de las entradas al estadio. El acontecimiento pudo ser llevado a cabo porque Trujillo realizó una contribución de 500.00 dólares, convencido como estaba de lo importante que era proyectar una buena imagen, que sería transmitida a los Estados Unidos por la delegación de periodistas que acompañaba normalmente los equipos de Grandes Ligas en gira. Los juegos fueron transmitidos por radio y causaron una conmoción tan grande, que para el primer encuentro se ofreció asueto a los empleados y el embajador de los Estados Unidos lanzó la primera bola.

Tomado del libro ¡Nos vemos en el play! Béisbol y Cultura en la República dominicana, del ensayista Tony Piña