Los resultados de 1936 provocaron un incontrolable desborde de pasiones. A los magnates que manejaban el béisbol capitaleño les era imposible asimilar la derrota frente a los dos equipos de provincias, que se suponían más débiles.

Como en la época no existía un organismo que regulara este deporte, ya tan profesional como ahora, Licey y Escogido se unieron en un conjunto llamado Dragones de Ciudad Trujillo. Esa unión abarcó tanto a los jugadores que ambos conjuntos tenían bajo su dominio, como los recursos económicos. El 4 de marzo se anunció la fusión, luego de una reunión realizada en la oficina del abogado Julio A. Cuello, quien presidiría en los años sesenta la Liga Dominicana de Béisbol Profesional, Inc. La directiva del equipo estaba dirigida por Federico Gerardino y tenía a José Enrique Aybar de vice-presidente; seguido por Francisco Martínez Alba y Virgilio Abréu como segundo y tercer vice-presidentes; Humberto Gómez Olivier, tesorero; el propio

Cuello, Hostos Fiallo y Pilindo Bonetti, miembros. Con toda la intención que se pueda imaginar, nombraron a Rafael Leonidas Trujillo Molina como presidente de honor y socio protector.

Dicha situación dio pie a que los otros dos grupos, los petromacorisanos y los cibaeños, reaccionaran dispuestos a enfrentar la arrogancia capitaleña. El resultado fue que los tres equipos colocaron sobre el terreno el mejor talento que el dinero podía comprar en los mercados de entonces. Se llegó a extremos tan grandes, que personajes importantes, como Federico Nina, fueron acusados en los Estados Unidos de incitar la violación de contratos al hacer tentadoras ofertas a jugadores estelares pertenecientes a equipos de las Ligas Negras, con la finalidad de que jugaran para los equipos que representaban. Aquel béisbol profesional dominicano, incapaz aún de una cohesión que le permitiera perdurar y echar las bases para institucionalizarse, se atrevía a desafiar económicamente los circuitos del área y de los Estados Unidos. Nombrados oficialmente como Águilas Cibaeñas, los representantes de la rica región del centro del país estaban presididos por René Moscoso, con Pedro Jorge Arias de vice-presidente; Pedro Casals, secretario; y Jorge Jorge, tesorero. Los vocales eran Luis Mercado, Rafael Meyreles, Augusto Aybar, Manuel Pastoriza, Juan Antonio Bisonó y Augusto Vega.

Dragones llegaron a estar juntos en algún momento Satchel Paige, James (Cool Papa) Bell y Joshua Gibson, los tres miembros del Salón de la Fama de las Grandes Ligas. Con el equipo santiagués militó otro miembro de esa honorable institución norteamericana, Martín Dihigo, primero como jugador y luego como dirigente. A ellos se agregó lo mejor del talento dominicano, así como cubanos, puertorriqueños y venezolanos. El dirigente de los Dragones fue el cubano Lázaro Salazar, que además defendía la inicial y lanzaba magistralmente. El impacto de lo ocurrido en ese tiempo repercutió con intensidad en todo el resto de América donde se jugaba béisbol y no son pocas las publicaciones de respetadas autoridades académicas que se han referido a los acontecimientos que tuvieron lugar entonces. A pesar de la gran inversión realizada y como demostración de lo veleidoso que es el béisbol, en la primera parte de la temporada los Dragones ocupaban la posición final en la tabla de posiciones. Eso incitó a un cambio de mando. Tomó la presidencia del grupo José Enrique Aybar, quien tuvo que movilizarse intensamente para agregar el material humano necesario para concluir en la primera posición y obtener el banderín. Invirtieron sumas de dinero cuantiosas para la época, pues a Paige le fue pagada la suma de 30,000.00 dólares, de donde saldría su salario y el de otros ocho jugadores por alrededor de cinco semanas de juego, para lo cual repartiría el dinero como mejor considerara.

Finalmente, los capitaleños obtuvieron 18 triunfos frente a 13 derrotas, las Águilas Cibaeñas concluyeron con marca de 13-15 y las Estrellas Orientales con 11-14. Martín Dihigo y Santos Amaro, ambos de las Águilas, dispararon cada uno cuatro jonrones y encabezaron ese departamento; Joshua Gibson logró el mejor promedio de bateo, con .453, pero en trece juegos y 53 turnos, por lo que se entiende que Dihigo, con su porcentaje de .351 en 97 viajes a la goma, debe ser reconocido como el dueño de ese título, además de reunir marca de 6-4 como lanzador. Gibson en su breve actuación de trece partidos remolcó a 21 compañeros, con lo cual superó en ese renglón a su compañero Silvio García, que empujó a 20 en 31 juegos. Sin acceso a otras estadísticas importantes, como es el promedio de efectividad, se puede señalar que Satchell Paige obtuvo ocho triunfos en diez decisiones, para encabezar a los lanzadores del torneo.

Podría pensarse que luego de ese insólito acontecimiento, fruto de una pasión excesiva que contagió a todos y dejó en rojo las cuentas bancarias de los magnates del béisbol, el resultado sería un progreso del béisbol en el país. No fue así. Ese deporte cayó en otro letargo, que esta vez sería más largo. La falta de madurez y visión provocó tal resultado y aun cuando se pueda decir que en ese torneo se colocaron en el terreno los mejores jugadores disponibles que el dinero podía pagar, al mismo tiempo se debe reconocer que no se actuó dentro de los parámetros que indicaba la prudencia para lograr un crecimiento consistente del deporte. La realidad es que la experiencia de 1937 le hizo más mal que bien al béisbol dominicano. A partir de ese año el adormecimiento fue evidente. Se efectuaban breves torneos y la mayoría de los jugadores estelares se fueron a jugar en el extranjero, donde brillaban con intensidad.

Tomado del libro ¡Nos vemos en el play! Béisbol y Cultura en la República dominicana, del ensayista Tony Piña