Cuando nos acercamos a contemplar los trabajos del artista plástico Guillo Pérez, nace una sensación de paz. Guillo, supo conjugar una atmósfera de colores de una particular manera.

Creemos que su sello más distintivo es haber logrado visualmente un lenguaje que denotara el paisaje caribeño mediante una sincronía de colores.

Nacido en la provincia Espaillat, en el municipio de Moca, este artífice desarrolló todo su quehacer formativo en Santiago de los Caballeros. En esta ciudad cursó estudios de pintura en la Escuela de Bellas Artes, y más tarde en el taller del destacado pintor Yoryi Morel, con quien trabajó el paisaje. También se formó en violín y en teoría musical. Fue fotógrafo y muralista. Su verdadero nombre fue Guillermo Esteban Pérez Chacón.

A partir de 1952 fue nombrado profesor de la Escuela Nacional de Bellas Artes de Santiago, posteriormente se convirtió en director de la misma. En una primera etapa, las creaciones de Pérez estuvieron estructuradas en el lenguaje abstracto, luego asumió lo figurativo como vehículo de expresión.

En sus inicios, él pintaba en una mesa cualquiera, en un patio y sin hora fija, luego fue adquiriendo disciplina, la que lo consolidó cada vez más en las técnicas de la pintura.

En 1955 se estableció en Santo Domingo y en ese mismo año participó en la realización de los murales para la Feria de la Paz. Su primera exposición individual la llevó a cabo en 1958 en el Palacio de Bellas Artes. A partir de aquel momento, la carrera de Guillo fue en constante crecimiento: participando en bienales y exhibiendo sus obras en distintas muestras individuales y colectivas, tanto en el país como en el extranjero.

El maestro de la pintura creó en 1984, la escuela que lleva su nombre y que se convirtió en una academia formadora de futuros profesionales de las artes visuales.

Sus composiciones merecieron diversas distinciones a lo largo de toda su producción visual. Entre las que se destacan: Segundo premio de pintura en el I Concurso de Arte Eduardo León Jimenes, con su composición Metamorfosis. En la segunda convocatoria de este concurso, realizada en 1966, obtuvo el galardón en la misma categoría con Homenaje al Greco. Fue el primer artista dominicano premiado en el Festival Internacional de Pintura de Cagnes-sur Mer, en Francia. También el primero en exponer en Tierra Santa, Jerusalén. En el año 2012 la Fundación Corripio le reconoció en la categoría de Arte.

La abstracción fue su primera forma discursiva visual. Esta vía expresiva le permitió abordar variadas temáticas. Sobre este tópico afirmó: “Fui pintor abstracto y muy elogiado, por cierto. Tuve una etapa en que experimenté en la pintura abstracta con mucha constancia porque como artista nunca deseché ninguna forma».

El paisaje natural de Pérez: lo figurativo.

En el segundo periodo de su producción creativa trabajó la figuración; esta se expresó a través del paisajismo. La naturaleza que captaba este creador era la rural. Los escenarios del Cibao; sus plantaciones, sus cultivos y su gente. En sus lienzos se percibe lo campestre, como distintivo étnico de los valles de la zona norte del país.

Los gallos fueron una constante en sus creaciones. De este particular, manifestó: «Los gallos son un elemento que se incorporan después a mi pintura, pero no es el tema central».

Sus reales motivaciones a la hora de crear, sobre sus temas favoritos, ha expresado: «Mi verdadero eje temático es la caña de azúcar con el ingenio y todo lo que tiene que ver con la zafra. Mi raíz como artista es campesina y está en el mundo azucarero. Tengo ese universo de sabiduría del campo cibaeño que ensayé después con Yoryi Morel».

El artista supo reflejar no sólo una imagen que denota lo caribeño, sino sus sentimientos al espacio que le circundaba; es así, como un paisaje deja de ser una descripción espacial, para convertirse en un signo de identidad, no únicamente de una zona, sino, de todo un país y una región, y de una época.

Juego de luces

Las piezas son como ensoñaciones. El uso de los contrastes en los colores  hacen nacer montañas, sembradíos, bateyes, atardeceres, y amaneceres. Las palmeras, acompañan a los bueyes que labran la tierra, los zaguanes como cobijo para guardar los alimentos cosechados o por sembrar, el machete o el colín que utiliza el trabajador para limpiar el terreno. La carreta, el hombre labrando la tierra forman parte de su iconografía. Pero, todos estos elementos son más que figuras, son más que trazos; estos diseños son los rasgos que evidencian su estrecha relación con la vida campesina, y con la naturaleza en su esencia. Ese discurso de destellos de verdes, amarillos y azules recrean a la perfección los tonos del Caribe, y es cuando el color se convierte en algo más que tinta, y pasa a ser la vinculación entre el artista y su obra; entre el creador y su marco de referencia cultural.

Guillo será por siempre un símbolo de la dominicanidad; sus obras son un homenaje a la naturaleza y a lo humano en su relación más armonizada.

Arlyn Abreu
Comunicadora social