Fernando Peña Defilló es un legado tangible dentro de las artes visuales en Dominicana.

El artista que se inició en la Escuela Nacional de Bellas Artes a finales de los años 40 del siglo XX, introduciría posteriormente en el Caribe insular el abstraccionismo; tendencias del lenguaje visual de las vanguardias del siglo pasado. La figuración y la abstracción serían su discurso en los años 50. Para esta época viajó a España, y allí se cultivó en el Estudio-Taller de Daniel Díaz. Y tiene intercambios con el también pintor dominicano Silvano Lora, en el Grupo El Paso, en la ciudad de Madrid.

Las corrientes vanguardistas europeas del momento influenciaron sus construcciones. Esta estancia en el viejo continente le permitió generar creaciones cargadas de simbolismos.

Sus composiciones se convierten en símbolos que van desde un lenguaje conceptual a uno etnológico. Sublime artífice que vinculó lo autóctono a lo universal. En una ocasión se refirió a la conceptualización figurativa del arte: “Mi evolución hacia el figurativismo formalista es el resultado necesario de la identificación con el medio, con el ambiente, que es mi país, mi raza, mi naturaleza, mi origen”. El artista deja claro que lo circundante es relevante para su quehacer pictórico. Esta identificación con el contexto es una evidencia de que el figurativismo es más que un medio para expresar colores y formas; esta categoría visual es una forma de compromiso social.

Peña Defilló, quien en una etapa se dedicara además de la pintura, a la crítica de arte; plasmó sobre sus telas su universo de sensaciones y emociones, convirtiendo así sus creaciones en reflexiones filosóficas sobre la existencia humana. La introspección es un juego de luces y sombras que recreó en sus formas discursivas. Lo material y espiritual fue el eje sobre el que direccionó todas sus inquietudes existenciales.

El mundo de los sueños y la manera en que el artista los quiso exteriorizar, dan constancia de la intimidad que suponía el proceso creativo para este creador. La realización de las obras en sí era también un sueño, pero, consciente, para Peña Defilló. El universo onírico ya no sólo pertenecía a la mente, sino, que formaba parte de su vida despierta, ese onirismo que convirtió en arte.

«Tengo sueños donde me encuentro en lugares a veces identificables. Son tan vívidos y tangibles, que no sólo permanecen en mi mente a través del tiempo, sino que suelo visitarlos con cierta frecuencia en mis sueños de cada noche y en mis recuerdos de cada día».

Las realidades inmateriales alcanzaron su máxima expresión al ser reflexionadas desde perspectivas conceptistas. Las percepciones acerca del tiempo impregnaron sus elocuentes propuestas.

El pintor se destacó por la forma particular de denotar el Caribe: el que conceptualizó más allá de lo mitológico; transformando las leyendas de las creencias del trópico en signos metafísicos totalizantes.

Inquieto y curioso desde temprana edad. La búsqueda para plantear nuevas maneras de decir le condujeron por el camino de la experimentación, utilizando elementos extra pictóricos en sus obras.

Paisajismo, desnudez, retrato y autorretrato

Peña Defilló nunca observó la realidad como cualquier individuo. Cuando estampaba su mirada en los paisajes, estos se convertían en desfragmentaciones de colores y formas en su mente; una montaña con su verdor, dejaba de ser algo figurativo, para metamorfosearse en impresiones alegóricas al mundo natural, que se convirtió en una metáfora subyacente al estado onírico. El amor por la naturaleza lo expresó en sus pinturas.

En el desnudo elogió el cuerpo humano, la sensualidad y el erotismo, vistos con una connotación más que física, espiritual. La desnudez expuesta con respeto y admiración. El cuerpo de una mujer y de un hombre; o ambos juntos abrazados sugieren la unidad del ser material e inmaterial. La sexualidad sublimizada mediante recursos alegóricos a la fantasía y la inocencia.

El retrato tuvo su espacio en la vida del artista. En estas composiciones se destaca un retrato imaginativo, que alude a la niñez y a la juventud. La naturaleza como telón de fondo en algunas de estas obras expresa lo nuevo, lo joven. Sobre esto apuntó: “una palpitante vida interior reflejada en la superficie de cuerpos y rostros”.

Reconocimientos

Sus piezas fueron galardonadas en distintos certámenes; caben mencionar los premios del Concurso Eduardo León Jimenes, en la segunda (1966) y en la tercera (1967) convocatoria; el Premio Movimiento Cultural Universitario (1971) por su trayectoria como artista; Premio Gulf & Western (1974) en la XIII Bienal Nacional por su obra Homenaje a García Lorca. En el 2010 recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas.

El llamado de las montañas lo sentiría luego de que la ciudad lo ahogara con sus ruidos, por eso estableció residencia en Jarabacoa, zona montañosa de la República Dominicana. Este espacio le permitió sincerarse con su vocación y establecer contacto con ciudadanos humildes del entorno que lo impregnaron de paz.

Su trayectoria posee una morada física que es el museo que lleva su mismo nombre. Creado por la Fundación Fernando Peña Defilló con el objetivo de dar a conocer la vida y la obra de este maestro de la pintura dominicana, con miras a que generaciones actuales y futuras conozcan sobre sus aportes a las artes plásticas.

Partió a ese encuentro con sus sueños y sus paisajes, tomó el camino del eterno retorno a la fuente. Dijo un adiós que no es definitivo, porque ningún artista muere. Su corazón queda latiendo entre la tinta, entre los trazos y entre la memoria de un cuadro.

Arlyn Abreu
Comunicadora Social