Una mera existencia no es vida. Una herramienta de mecánica automotriz existe, pero no vive. A un objeto se le asigna “vida” mientras sirva una función en la sociedad. En el mundo animal y vegetal, a la vida se le atribuye una existencia esencialmente biológica: se nace, se crece, se reproduce y se muere. Pero sus vidas juegan un rol en el equilibrio del mundo y de las personas.

La vida humana, a su vez, es concebida como una existencia investida de sentido. Vivir es comprender el ser que somos y saber hacer de él una presencia. Vivir es imprimirle a la razón física, una razón espiritual y, desde ella, emprender una dirección para llevar a cabo el ser.

Diferentes tradiciones y doctrinas de pensamiento a lo largo de la historia y los continentes han coincidido en considerar la vida como un taller de reparaciones donde el ser humano enfrenta la existencia. Primero, somos herencias, consumidores de pasados de los cuales somos hechuras y luego de contextos en los cuales vivimos. Todo eso, en forma de incidencias silenciosas, se van a su vez acumulando en una alcancía oculta de elementos que van gobernando nuestra personalidad desde algo llamado “inconsciente”. Algo así como un ser que ignora la mayor parte de lo que lleva dentro.

Y solo el grado de reflexividad que tengamos sobre esas experiencias, las conscientes y las inconscientes, es lo que puede marcar la diferencia sobre qué podemos hacer y qué no, de esos legados iniciales y con las contingencias que nos encontramos en el camino. Solo ese grado de reflexividad es el que puede hacer que lo importante no sea lo que nos pase, sino nuestras reacciones ante estas. Esa es la verdadera libertad. Así, las aflicciones que pudiéramos vivir o confusiones que pudiéramos padecer solo pueden ser convertidas en potenciales aprendizajes y en agentes de cambio, si existieran mecanismos culturales de conversación que nos ensanchen la conciencia y nos iluminen el inconsciente. Y es ahí donde entra el arte como un fabuloso instrumento de educación personal.

La obra de Jorge Pineda es maestra por todo lo que la crítica ha señalado en innumerables escritos y dichos sobre su factura netamente artística. Pero la obra de Jorge Pineda es maestra también porque nos enseña lo infinitamente íntimo de la experiencia humana. Jorge aborda la realidad desde las niñas, niños y adolescentes, las mujeres, los envejecientes, los afrodescendientes, desde el medioambiente, entre otros componentes pertenecientes a figuras históricamente desfavorecidas en sus derechos fundamentales o en el cuidado.

La obra de Jorge Pineda es un tratado sobre la fragilidad del ser humano frente a las intemperies de la vida y la fuerza de esa fragilidad. Es un canto que evoca a la vez que convoca al sentimiento, informando y suscitando la emoción, erigiendo y acompañando el pensamiento, reestableciendo la sensibilidad hacia los elementos de nuestro entorno. “El otro, la otra parte de nosotros”, como dijera una vez el padre Jorge Cela.

Las obras de Jorge Pineda revelan, dialogan y desde la autenticidad de sus composiciones, nos generan un estremecimiento inconfundible de acercamiento a la verdad. Una verdad dulce, una verdad redentora. Desde sus máscaras, bosques, follaje, afros, y muchos otros tipos de capas, incluyendo a la caperucita, un efecto de vientre materno nos acoge y nos arropa.

La lámpara de Jorge trae la pámpara, como dirían nuestros jóvenes: enciende la vida. Su genio sabe traer sabiduría, sabe construir bienestar, pero en un movimiento inusual, porque nos devuelve a la madurez de la edad de la verdad, la edad de oro, a esa infancia donde la imaginación es amplificada y la sensibilidad es mágica.

León Felipe dijo de las historias:

“Yo no sé muchas cosas, es verdad

       Digo tan solo lo que he visto

       Y he visto: Que la cuna del hombre la mecen con cuentos

que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos

      que el llanto del hombre lo taponan con cuentos

      que los huesos del hombre los entierran con cuentos

       y que el miedo del hombre…

       ha inventado todos los cuentos.

       Yo no sé muchas cosas, es verdad

       pero me han dormido con todos los cuentos…

       y sé todos los cuentos.”

La felicidad en la obra de Jorge empieza por romper el cerco del miedo: el miedo anunciado, el miedo bienvenido e invitado a la casa, convidado a sentarse y tomarse un café para con él conversar. El miedo ni vencedor ni el miedo vencido: el miedo asumido, el miedo acompañado, el miedo nuestro amigo. “Como aquella historia que Jorge nos contaba de esa Abuela que lo hizo hacerse amigo del bacá que habitaba debajo de su cama.”

Los garabatos de Jorge, al igual que los de Cy Twombly, obran igual que el olor metafísico que exhiben las negras y frágiles flores de Bourgeois: una nueva forma de escribir el mundo, un nuevo ticket de vida, un aire de advenimiento, un rayo de renacimiento que nos riega perseverancia, no importan las caídas, no importa la oscuridad, no importan los maltratos. Y Jorge, como dijera el poeta, como “un barredor de tristeza, como un aguacero en venganza, que cuando escampe parezca nuestra esperanza”.

Ah, la felicidad, nos canta Pablo Milanés:

Qué dulces mentiras, qué grandes verdades

Qué nos inventamos para perdurar

Qué filosofía, qué honor, qué ironía

Que nadie se hiera, que todo se cuide

Si solo el cuerpo se va a desgarrar”

El happy de Jorge no es cualquier construcción semántica de la felicidad. Es un ensayo de magnanimidad. Es la felicidad concebida como posibilidad del arte transformar la violencia en belleza y prender el fuego que supere el odio, desde la inteligencia estética. Reconstruir, reconstruirme, reconstruirnos.

Por acciones del azar, Happy se inaugura el mismo año en que recorre el mundo la exposición Philipp Guston Now, en homenaje a aquel pintor que supo ser un artista absolutamente libre. Ambos pintaron críticamente capuchas, llamadas hoodies en nuestros días. Cada uno con un sentido histórico. Los Hoodies de Guston evocan la capacidad de destrucción que puede tener un vecino sobre otro en esta humanidad de tantos sufrimientos.

Los de Jorge Pineda son hoodies que traen piedras en el camino y a veces en las cabezas, pero ante todo eso, traen flow y actitud que nos anuncian que la dignidad siempre termina prevaleciendo. Son respuestas de amor a la existencia dura que le ha tocado a muchos. Son proyectos de vida que salen a la calle todos los días, sus inocencias a cuesta, en busca de una segunda oportunidad. Y Jorge ha hecho de ese derecho su manifiesto artístico, donde el poder no sea de uso para el abuso, sino para el cuidado y la justicia.

Qué inmensa dicha vivir en tiempos de Jorge Pineda. Qué inmensa felicidad sentirnos bajo la dulzura de tu trabajo y de tu humanidad. ¡Happy hoodies!

 

Palabras de María Amalia León

Presidente de la Fundación Eduardo León Jimenes
y directora general del Centro León