Con una persistencia envidiable, los hermanos Guillén han seguido, no solo la tradición de guardar el Santo familiar, en este caso San Antonio, sino y sobre todo, transformar dicha tradición en una convocatoria sociocultural más allá de sus motivos iniciales.

Tal vez es en este ingenioso proceso creativo que radica la originalidad de la propuesta cultural de los hermanos Guillén que, por demás han demostrado retribución y agradecimiento para con su gente y el país. Su capacidad de gestores culturales no se cuestiona, debido al hecho de que cada junio, Yamasá es centro innegable de convocatoria en los terrenos familiares de los Guillén que, bajo el pretexto del novenario a San Antonio, cuyo compromiso viene desde principio del siglo XX entre sus padres y más tarde transferido al mayor de los hermanos, han logrado orquestar una festividad cultural que reúne todo un fin de semana a una diversidad de expresiones culturales de todo el territorio, haciendo del lugar una verdadera feria y festival de la cultura popular artesanía, presentación de grupos portadores promotores culturales, investigadores, artistas, instituciones que trabajan con el tema cultural tanto estatales como de la sociedad civil, así como representantes de organismos internacionales que coinciden en intereses, con la pasión por la cultura dominicana de los hermanos Guillén.

Pero por si fuera poco, los Guillén constituyen en estos momentos una muestra de lo mejor de nuestra artesanía, sobre todo aquella inspirada en el arte taíno. Su vocación de servicios los ha comprometido con talleres y una escuela de artesanía que funciona en sus tierras de Yamasá donde tiene lugar el festival, que aunque se hace acompañar de peregrinaciones, rezos, misas, y otras formas de devoción religiosa, la motivación original se desborda con una extensiva, solidaria e intensa reunión de grupos portadores de todo el país que se apropian del lugar para mostrar sus tradiciones: atabales, ga-gás, pri-prí, perico ripiao, tonadas del Cristo de Bayaguana, salves, palo de muerto, congos, balsié, guloyas, decimeros populares, juegos tradicionales, comida típica y otras manifestaciones de la cultura popular.

El costo hoy de una convocatoria de ese tipo supone un gran compromiso con la tradición familiar y el público que ya se han identificado con ello. La diversidad de los convocantes sugiere un esfuerzo organizativo una compresión de la autenticidad de este encuentro para distanciarse de otros y adquirir fisonomía cultural propia.

El esfuerzo de los hermanos Guillén en mantener esta convocatoria en medio de tantas limitaciones nos permite pensar en lo complejo de esta preparación que podría implicar una planificación todo el año para que las cosas queden medianamente bien pues a los grupos convocados hay que cubrirle los gastos, así como parte de la comida que se expende. En todo caso debe evitarse la dependencia institucional porque le hace perder autonomía y autenticidad. Sin embargo, ello no impide que se colabore desde distintas instituciones con parte de los costos incurridos en el festival. Sabemos que una parte de la tradición de la cultura popular se ve hoy, más que nunca, amenazada por los embates de la crisis económica y las nuevas prioridades de gobiernos, instituciones y organismos internacionales, muchas veces distantes de los intereses que motivan estos encuentros.

Sin embargo, destacamos una gran capacidad de gestión en los hermanos Guillén, porque han sabido mantener la tradición por encima de las dificultades, perturbadas por la limitación económica, la indiferencia de mucha gente, así como por instituciones estatales comprometidas con este tipo de acciones pero que no asumen su papel.

A pesar de todos esos escollos, los hermanos Guillén continúan incólumes como los grandes gladiadores y hay que estar en una de estas convocatorias para vivir la intensidad y la fuerza que de ellas emana en cada rincón del gran patio familiar, en cada grupo portador participante o entre los propios organizadores.

Parecería como si fuera una gran familia que se une a sus celebraciones y que en sus inicios ancestrales, la tradición se transmitía de padres a hijos y hoy se ha convertido en un compromiso de los Guillén con su comunidad, y de su comunidad con el país. La raigambre que teje la ermita de san Antonio, devoción de estos hermanos, irradia tanta energía, que nos contagia a todos con una particular manera de celebración.

Artículo tomado del libro Meditaciones de cultura: Laberintos de la dominicanidad. (2012, Archivo General de la Nación, Volumen CLII)

Carlos Andújar

Coordinador de Programas Culturales