Junio de 1967. En el periódico El Caribe aparecía una columna de crítica de arte firmada por Manuel Valldeperes en la que se refería con elogiosos términos a una exposición de la Colección Ward que presentó por esas fechas la Embajada de Estados Unidos en la República Dominicana.

Quizás fue en esa nota una de las primeras veces que la palabra contemporáneo era usada en la prensa nacional para referirse al arte. Valldeperes, una figura pionera y cimera de nuestra crítica de arte, utilizaba entonces el calificativo no solo como una categoría cronológica sino también estética.

En muchos de sus otros textos, Manuel Valldeperes, quien escribió una columna frecuente en dicha emisión periódica por más de una década, se debatía entre la crítica acérrima contra quienes pretendían romper con la tradición y el elogio ante quienes lograban tal faena con lucidez y éxito. Tales son los casos de sus acercamientos críticos a la obra de Paul Giudicelli, Elsa Núñez, Luichy Martínez Richiez y otros de esa talla.

Traigo estas referencias a colación debido a que mucho de lo que hoy se debate como polaridades antagónicas entre lo contemporáneo y todo lo demás –porque las polaridades se muestran siempre imprecisas– son puntos de reflexión que arrastramos en el tiempo y que no hemos logrado esclarecer –o no queremos porque quizás en esa tirantez de la tensión está su mayor beneficio: provocar discusiones constantes.

Así entonces, establecer la genealogía del arte contemporáneo dominicano y emitir juicios diagnósticos es una tarea no solo compleja sino que contiene en sí misma varias aristas. La primera es la de si ciertamente para nosotros, hoy en día, el proyecto de modernidad se cerró en su totalidad o todavía va dejando rastros y huellas en los discursos populistas y mercadológicos. Y es que debemos entender que la palabra moderno se construyó desde un valor moral –el ser moderno– que a su vez le otorgaba un valor descriptivo –el parecer moderno– que seguimos usando, muy a pesar de la contundencia del paso del tiempo. A estas alturas, y casi trascendiendo el propio concepto, creo que eso nunca pasará con la categoría de contemporáneo.

Nos enfrentamos, en la República Dominicana de hoy, con un panorama bastante complejo. Cabe resaltar que el nuestro es uno de los países del área con un sistema institucional del arte incipientemente estructurado ya a principios del siglo xx. Buena parte de nuestra historia del arte va a estar entonces muy vinculada a esta joven y precaria institucionalización, así como a los contextos –fundamentalmente políticos y oficialistas– donde se generaron dichas estructuras. Es complejo también este panorama porque aun y cuando hablamos con potestad de contemporaneidad, vivimos en la más absoluta intertextualidad temporal, en la que se superponen la modernidad –en discursos políticos, por ejemplo, todos los días se le equipara al progreso– con el feudalismo precapitalista en las relaciones de producción y humanas, más la posmodernidad que en ciertos casos se avisa al creer resueltos todos los planteamientos emancipatorios de la modernidad.

Por todo esto, el concepto estilístico, formal o adjetivo de lo contemporáneo pasa a ser de manera escurridiza también un concepto historiográfico. De ahí, que suponga una superación de lo anterior –como momento histórico–, y ahí es donde precisamente entiendo que reside el dilema. Pretender que se sucedan momentos con la fácil linealidad de la historia del arte occidental enseñada, se da de bruces con un montón de anacronías, intertextualidades y superposiciones de tiempos, formas de hacer y pensar.

La flexibilidad del concepto contemporaneidad –como también el del concepto moderno si nos atenemos a su uso para calificar un par de zapatos o un equipo electrodoméstico– es, a nuestros fines, positiva. De ahí que tratemos de mapear una serie de momentos, acciones y personajes que pueden dibujar este territorio tan inasible y a la vez maleable del arte contemporáneo dominicano.

Tomado del Libro Trenzando una Historia en Curso, Arte dominicano contemporáneo en el contexto del Caribe
Sara Hermann, historiadora e investigadora de arte. asesora del centro león